La Magia de Poder Cambiar.

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lunes, 8 de enero de 2018

HEROICO

MENÚ DE PERFILES... Para todos los gustos?


Como eligen los "armadores" políticos la sábana?
Y QUIEN TIRARÁ DE ELLA PARA QUE LOS DE ABAJO SUBAN?
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Primero, entremos en las “diferencias” de ser y parecer entre un candidato fabricado como héroe y la estructura real de un personaje heroico desde la prospección colectiva para lo que fue diseñado.

LUIS SUJATOVICH



Resumen / Abstract:
El presente trabajo pertenece a la tesis «La construcción del héroe en 'El Eternauta'», que parte de la hipótesis de considerar que el héroe en «El Eternauta» es un héroe colectivo y no individual. Esta primera parte es introductoria e intenta iniciar y contextualizar al lector. Se compone de cuatro apartados. Primero se realiza un breve recorrido histórico por los héroes que predominaron en diferentes épocas, se les caracteriza y vincula con las necesidades y requerimientos de su tiempo. En segundo lugar se esbozan los principales rasgos del héroe popular argentino. Luego se describen los cambios que estos héroes sufren al ser tomados por la industria cultural. Por último se plantea la emergencia del cómic como expresión del héroe moderno
LA CONSTRUCCIÓN DEL HÉROE 
EN EL ETERNAUTA (1 de 3)


Siempre me fascinó la idea del «Robinson Crusoe». Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. «El Eternauta», inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López, ajena a la invasión que se viene. Ese fue el planteo... lo demás creció solo, como crece sola, creemos la vida de cada día. Publicado en un semanario, «El Eternauta» se fue construyendo semana a semana; había sí, una idea general, pero la realidad concreta de cada entrega la modificaba constantemente. Aparecieron así situaciones y personajes que ni soñé al principio. Como el mano y su muerte. O como el combate en River Plate. O como Franco, el tornero, que termina siendo más héroe que ninguno de los que iniciaron la historia. Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizá por esta falta de héroe central, «El Eternauta» es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de «El Eternauta» es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo.
Héctor G. Oesterheld, prólogo a «El Eternauta», 1976.

Introducción
El presente trabajo tiene como punto de partida una serie de interrogantes. El eje articulador es: ¿cuál es la concepción o la configuración del héroe presente en «El Eternauta»? De esta pregunta central se desprenden otras: ¿qué se entiende por héroe? ¿Cómo definir a un héroe de historieta? ¿Cómo explicar la paradoja de que lo novedoso, en este caso, de la concepción de Oesterheld sobre el héroe sea la negación o ausencia del héroe clásico y estereotipado? ¿Cómo explicar su concepción del héroe colectivo? ¿es Juan Salvo un héroe?
La investigación se divide en dos grandes apartados. La primera parte es introductoria e intenta iniciar y contextualizar al lector en la problemática, y está compuesta por cuatro puntos. Primero se realizará un breve recorrido histórico por los distintos héroes que predominaron en diferentes épocas históricas, se los caracterizará y vinculará con las necesidades y requerimientos de su tiempo. Segundo, se esbozarán los principales rasgos del héroe popular argentino. En tercer lugar se describirán una serie de cambios que estos héroes sufren al ser tomados por la industria cultural. Cuarto, se planteará la emergencia del cómic como expresión de un héroe moderno.
La segunda parte nos acerca a «El Eternauta», y consta de dos apartados. El primero pretende describir el contexto y las condiciones de producción de la historieta; en el segundo se relatarán los principales momentos de la misma, y se irán resaltando y analizando los elementos que se considerarán más significativos para responder a nuestros interrogantes. En este sentido, se analizarán determinados aspectos. Se describirá el rol de la mujer en la historieta, buscando rastrear la relación entre el héroe masculino y la presencia de la mujer, su participación activa o no en las iniciativas del grupo, la forma en que se integra al mismo, pensando, de modo general, en el lugar de la mujer en la sociedad argentina de la época.
A su vez se indagará en los tipos de intelectuales en la obra. Partiendo de una determinada conceptualización del intelectual, entendiendo que dentro del grupo existen dos clases de intelectuales, y que cada uno es poseedor de un capital simbólico diferente. Finalmente, se esbozarán algunas reflexiones y se intentará dejar planteados interrogantes para futuras investigaciones.
El principal interés a la hora de seleccionar el tema ha sido sin duda el héroe que el Eternauta logra condensar, sus características, que lo constituyen en un personaje colectivo, que rompe con el concepto clásico de héroe individual, solitario y autosuficiente. Surge la idea acerca de que detrás de ese grupo de superhéroes pasan muchas otras cosas, pasa la Argentina de la década del cincuenta, pasa la sociedad argentina, sus preocupaciones, sus ideas, y sus desafíos, lo que me pareció casi una interesante invitación al análisis. A su vez, se trata de una obra que permite diferentes lecturas, ya que aparece en un período clave de la historia argentina, en tiempos de proscripción del peronismo, y en la controvertida ciudad de Buenos Aires. Por otra parte aglutina los grandes temas, los valores y la cultura de estos años. En ella es posible reconstruir el mapa sociopolítico vigente entonces, rastrear el rol de la mujer, de los intelectuales, del ejército, de la resistencia, etc.
En otro nivel, se permean elementos de la situación político-social que acontece en Occidente luego de la segunda guerra mundial, con la división de Alemania, y el nacimiento del concepto del mundo bipolar. En su mirada ideológica «El Eternauta» puede leerse como un indicio de lo que luego sucederá en nuestro país y en buena parte de Sudamérica en las décadas del sesenta y del setenta con los gobiernos dictatoriales.

Alcances y limitaciones
El presente trabajo se fundamenta en la pretensión de generar un aporte desde el campo de la comunicación, ya que hasta el momento no se han realizado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP investigaciones sobre este tema específico. Quedan pendientes un análisis de tipo semiótico, en el que podrían analizarse entre otros aspectos, las significaciones de los lectores de «El Eternauta» sobre el héroe en la historieta; estudios comparativos, que rastreen en el desarrollo histórico del género y focalicen en las diversas concepciones y configuraciones de los protagonistas de historietas; por ejemplo: estudios que indaguen sobre el perfil de los lectores en las primeras publicaciones, o que se centren en el análisis de los dibujos, etc. Tampoco se trabajará con «El Eternauta parte II» (publicada en 1976-77), esto por varios motivos. En primer lugar, entre las dos tiras hay un quiebre fundamental en lo que respecta a los rasgos fundamentales de sus personajes. Se modifica esencialmente la figura del héroe. Juan Salvo adquiere en la segunda parte cualidades sobrehumanas, propias de un mutante, puede prever lo que sucederá. Con esta ruptura «Oesterheld recupera al héroe individual, al hombre diferente... Juan Salvo es un modelo del hombre de acción revolucionario, dotado de una ética y de normas de conducir distintas de las de la generalidad... la impunidad con que “El Eternauta” utiliza las vidas ajenas en función de las necesidades de una causa superior surgen de una racionalidad que no pide permiso ni da explicaciones».
Como lo afirma el propio Juan Sasturain, son evidentes las correlaciones entre elementos de la realidad histórico-política y el universo de la historieta, lo que sin duda merecerían ser tema de una investigación diferente. También es cierto que la segunda parte carece de la magia de la primera aventura. El ritmo es mucho más rápido, pero por sobre todo, y esto es lo que nos interesa aquí, se pierde el magnetismo de «El Eternauta I», que «era una historia que crecía armónica con el desarrollo natural y lógico de los personajes, densos y ricos, cambiantes inclusive»; en «El Eternauta II» prevalecen el esquematismo, la rigidez, y parecería, la necesidad de confirmar con la historia una tesis prefijada. Parecen colarse en el relato, las propias disidencias políticas entre el autor y el dibujante. Según Sasturain, no es demasiado afirmar que «el Oesterheld burgués escribe mejor que el comprometido».
Por último, es oportuno repetir que «El Eternauta II» configura un universo de análisis totalmente diferente también en lo que respecta a las definiciones del enemigo, que estará dividido en dos: los ya conocidos Ellos, y los países poderosos del planeta que pactarán, para conservar su libertad, entregar Latinoamérica a los invasores. Corresponde aclarar que este estudio se trata tan solo de un recorte de los tantos interrogantes y alternativas que «El Eternauta» deja abiertas. No obstante se espera que la lectura de la misma lleve a plantear nuevas preguntas y así contribuir en el avance del conocimiento en esta materia.

Herramientas teóricas
Las categorías útiles para abordar el tema son las siguientes:

Intelectual
Se tomará la definición de Bourdieu, para quien el intelectual es aquel que posee un capital específico, el capital simbólico «como capital de reconocimiento o de consagración, institucionalizado o no, que los distintos agentes o instituciones han podido acumular», que le confiere un poder simbólico, «poder de construcción de la realidad que tiende a establecer un orden gnoseológico: el sentido inmediato del mundo (y en particular del mundo social)».
Por tanto, consideraremos intelectual a aquel que por poseer un capital simbólico (capital de reconocimiento o de consagración), es decir, un saber especializado elabora dentro del campo de la producción cultural concepciones acerca del mundo social que, consagradas como dominantes al cabo de la lucha simbólica, intentará imponer al conjunto social, con el objeto de asegurar su integración.
Para este autor, los intelectuales son indispensables para las luchas sociales, especialmente en el presente dadas las formas que la dominación asume, y se vuelve casi una imposición para ellos, (artistas, escritores, científicos, etc.) ingresar a la acción política sobre la base de su competencia en sus áreas de especialización.
En la historieta se diferencian claramente dos tipos de intelectuales. Por una parte, Favalli que es profesor de Química, formado en el núcleo de las ciencias duras, y que manifiesta una sorprendente capacidad analítica, es capaz de comprender y de observar globalmente las situaciones que se presentan y de plantear con claridad soluciones y alternativas al grupo. Es sin duda de entre todos, el estratega, que logra imponer al grupo su cosmovisión, de manera tal que sus compañeros la aceptan y la adoptan como estrategia válida. Es sin dudas el hombre que representa la praxis, es quien moviliza al resto a la acción. En este sentido, Bourdieu plantea que los intelectuales «tienen un poder específico, el poder simbólico de hacer ver y de hacer creer, de llevar a la luz, al estado explícito, objetivado, experiencias más o menos confusas, imprecisas, no formuladas, hasta informulables, del mundo natural y del mundo social, y de ese modo de hacerlas existir».
Por su parte, Mosca es periodista, historiador, su formación profesional lo habilita para ser el cronista de la invasión y la resistencia, y es este el rol que ocupa dentro del grupo. Su aporte es el de un mero observador que pretende contar la historia a la posteridad, pero que no se involucra en la acción cotidiana ni plantea estrategias para seguir, como sí lo hace Favalli.
 Industria cultural
La industria cultural es la producción de estrategias para crear objetos o símbolos culturales (costumbres, tradiciones, etc.) con el fin de ser consumidos. Y durante su auge, a mediados del siglo XX, fueron el cómic y el cine estadounidenses, sus medios de difusión más conocidos. Se analizará el concepto de industria cultural desde la perspectiva de la Escuela de Frankfurt, es decir, será una mirada que resalte la estandarización y la vacuidad social de la industria cultural y sus productos, y sospeche que en el campo de la cultura la mayor difusión de bienes está acompañada, de modo perverso, por un simétrico debilitamiento de sus patrimonios, circuitos y tradiciones seculares. La industria pauta históricamente la declinación de los grandes patrimonios culturales de Occidente y su llana conversión en mercancía, y convertida en un valor de cambio, disolverá la autenticidad y la supuesta potencialidad crítica que podía residir en el acto cultural. Así, producidos, distribuidos y consumidos como mercancías, los bienes culturales se transforman en promotores de conformismo, identificación pasiva, estandarización, degradación, pérdida de goce y mera reproducción del sistema en su más cruda versión de dominio capitalista burgués.
Sin embargo, en el caso particular de «El Eternauta» observamos que si bien como producto es creado y distribuido según las normas de la industria cultural, hay en la historieta grietas discursivas que no reproducen la lógica antes expresada. Entre otros elementos, el típico héroe individual, con poderes sobrenaturales, que deja su lugar en la historieta a uno colectivo, popular, más cercano a un luchador social que a un superhombre.

Hegemonía
Se tomará el concepto desarrollado por Gramsci, quien lo define como una síntesis entre dirección y dominación, entre consentimiento y fuerza, que debe ser entendida en dos sentidos: como capacidad de un determinado grupo para dirigir a sus aliados, y como acción de fuerza contra los adversarios. Un grupo social podrá ser hegemónico si individualiza los rasgos fundamentales de la situación histórica concreta para hacerse protagonista de reivindicaciones de otras clases. Un Estado logra ser hegemónico si articula un complejo de actividades práctico-teóricas mediante las cuales la clase dirigente no solo mantiene el dominio sobre las otras clases, sino que también obtiene el consenso activo por parte de estos. La hegemonía se construye en la articulación entre coerción y consenso, entre dominio y dirección intelectual y moral.
Este concepto será de gran utilidad para analizar las estrategias de construcción de hegemonía de los Ellos, quienes claramente intentan imponer su orden de cosas al mundo entero, mediante su poder armamentístico, su gran inteligencia, su dominio de los medios de comunicación, entre otros elementos. También será útil para estudiar el propio grupo humano que encarna la resistencia, analizándolo primero como un grupo contrahegemónico, pero también para poner luz a las relaciones de poder que operan en el interior del mismo, y que llevan a la definición de estrategias de acción. Considero que indagar en la manera en que se construyen estas relaciones permitirá analizar con mayor riqueza el fenómeno planteado.

Poder
Se tomará la definición de Foucault, contrapuesta a la visión tradicional del poder centralizado en el Estado o ejercido por un soberano. Para Foucault se trata de un poder indescriptible, heterogéneo, difuso, que atraviesa los cuerpos y las prácticas. Es una operación que se ejerce sobre los cuerpos en términos de disciplinamiento: modelar conductas y disciplinar en términos de conocimientos. Debe analizarse como algo que circula, que solo funciona en cadena. Nunca se localiza aquí y allá, nunca está en manos de algunos, nunca se apropia como una riqueza o un bien. El poder funciona. El poder se ejerce en red, y los individuos circulan, están siempre en situación de ejercerlo y de sufrirlo.
Desde esta concepción, se intentará descifrar la manera en que se distribuye el poder en medio de la historia. No se trata de un poder que poseen los Ellos y que los humanos tratan de conquistar. Es un poder que se dispersa en todas las estrategias que los actores plantean, que asume diversas formas, y que se traduce en tipos de disciplinamiento determinados, en concepciones sobre lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto y lo que no lo es, lo que es posible y lo que no lo es. Desde aquí, trataré de desmenuzar esas formas particulares que el poder asume, alejándome un poco de la discusión sobre dónde está ubicado, para dar paso a las maneras en que el mismo actúa sobre los cuerpos, las mentes y las prácticas.

Héroe
En todas las épocas han existido esos grandes hombres que sobresalieron por poseer características a veces sobrenaturales, otras «se humanizan y constituyen la más alta realización de un poder natural, como la astucia, la rapidez, la habilidad bélica o incluso el simple espíritu de observación»[6]. La industria cultural, en auge a partir de la segunda guerra mundial, se apoderó de la vida de estos superhombres convirtiéndolos en productos de mercado, primero a través del cómic y luego del cine, y asociándolos directamente con los valores occidentales dominantes. El héroe en este sentido, se encarna en una fuerte figura individual, casi omnipotente, que dedicará su existencia a defender a los débiles y a los oprimidos, aunque sin pretender cambios en el status quo.
En el caso de «El Eternauta I» se sostiene que el héroe adopta características muy diferentes, emergido casi en contraposición al héroe solitario anterior, es «el hombre con familia, con amigos... El héroe verdadero de “El Eternauta” es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo».
 Breve estudio preliminar sobre el héroe
 El héroe en la historia
En la antigüedad el héroe fue considerado una divinidad, por sus características y poderes sobrenaturales, que influían en la vida de los hombres, decidiendo sobre sus destinos. En esta era llamada pagana, podríamos mencionar a Grecia, con su «Iliada» y «Odisea», y a la mitología escandinava donde surge Odín, su figura principal. «La divinidad es la primordial, la más antigua forma de heroísmo».
En las tempranas épocas de la historia humana, cuando los códigos de convivencia no superaban la violenta idea de la ley del más fuerte, y las sociedades eran apenas grupos de hombres y mujeres sin más conocimiento que el que proporcionaban sus sentidos naturales, «el culto de los héroes lo considero como el gran elemento modificador en el viejo sistema de raciocinar. Lo que llamamos intrincado embrollo del paganismo debió su origen a diversas causas, cualquier adoración a una piedra, a una luz, pero el culto del heroísmo es la raíz madre».
Acaso como una manera incipiente de organización, acaso como otra de las tantas necesidades humanas simbólicas, la admiración y la sincera sumisión hacia otra forma humana más divina y más alta, esta devoción ¿no es la base de las demás creencias religiosas? ¿no es esta lealtad la que posteriormente requerirán los Estados-Nación y los consagrados cultos a nivel mundial? Luego el héroe se va transformando en un profeta, en un conquistador, en un hombre de fe pero también de armas, en un hombre que con sus diatribas convence a sus allegados, que lentamente propagan su voz.
Dejan entonces sus características divinas, para adoptar una figura de conquistador, y a la vez de predicador. Tal es el modelo del héroe romano, y de Mahoma en el Islam. En el primer caso, sus características veneradas estaban relacionadas con su fuerza y su capacidad bélica en las contiendas imperiales por el nombre de Roma. Sus reconocidos y sangrientos circos eran sitios donde podía encontrarse a estos héroes, valientes y guerreros peleando contra esclavos, o tratando de dejar de serlo. Tal vez lo que más se recuerde de aquel imperio, en la memoria popular, sean sus avances en la ciencia del derecho, y sus héroes, capaces de librar batallas contra cualquier pueblo para engrandecer Roma.
Mahoma, en cambio, es un héroe-profeta, un hombre que mediante la palabra propaga los designios de Dios, transformándose en un puente entre el Señor y los demás mortales. Si bien es sabido que debió valerse de la espada para hacer triunfar su voz, no fue esta lucha la que lo hizo héroe. «Acerca de la manera como propagó su religión por medio de la espada se ha escrito mucho. [...] Pero si hay que tomar esto como argumento de la verdad o de la falsedad de una religión, confesaremos que contiene un error capital. Toda nueva opinión se encuentra precisamente en una minoría formada por uno solo. Entre todos los habitantes de la tierra, solo un hombre la cree y ese hombre está contra todos los hombres».
Es posible que a medida que la humanidad estudia su historia, ciertos personajes comiencen a ser vistos desde otra óptica y resulte más complicado comprender sus méritos y sus modos de lucha. Sin embargo, si no se estudia a cada ser humano en su contexto social, político, cultural y económico, quizás los resultados, más allá del trabajo que se haya realizado, no sean tan útiles al momento de analizar aquella época.
Pues, «no juzgaremos ni ensalzaremos los principios morales de Mahoma como si fuesen siempre lo superior y lo más refinado; pero sí diremos que existe siempre en ellos una tendencia al bien y son fiel expresión y sentimiento de un corazón que aspira a todo lo grande, bueno, verdadero y justo».
Con el avance de la historia, el héroe va dejando de lado sus virtudes guerreras, pero acentuando su predilección por la palabra, y de profeta se convierte en hombre de letras, en poeta; ya no conquista por la espada, ni por iluminados sermones, sino por talento literario, por creatividad, tan sorprendente para su época, que sus semejantes los consideran héroes. «Shakespeare y Dante son santos de la poesía; y realmente, si bien lo meditamos, podemos decir que su canonización ha sido obra de los pueblos».
Aunque separados por años y kilómetros, ambos han conseguido perdurar a través de los años como referentes insustituibles al momento de iniciarse en el estudio de la literatura. «La Divina Comedia», «Hamlet», «Romeo y Julieta» son algunos de los escritos más importantes y a la sazón leídos por muchas generaciones, que han convertido en héroes a estos geniales poetas. «El canto, como antes lo hemos manifestado, es lo heroico en el discurso».



El reconocimiento popular, que los canoniza, puede sintetizarse de muchas maneras, una es la que afirma que Italia puede hablar por Dante, como Inglaterra por Shakespeare. Si una nación considera que todas sus voces se pueden encontrar en una y que ella hablará por todos, a pesar del tiempo y los cambios, esa comunidad nunca será acallada ni ese héroe olvidado. La lenta pero firme evolución de la imprenta propició en Europa una nueva religión, denominada protestantismo, que nació en Alemania con la proliferación de las biblias, antes propiedad exclusiva de las iglesias. Esta escisión dentro del catolicismo fue llevada a cabo por un nuevo héroe: Lutero.
Su rol de sacerdote, y a la vez de intelectual, le permitió producir una reforma sustancial en el credo, pero sin abandonar la «Biblia». Escisión que aún hoy se mantiene, y que en diversos países de Europa y también en Estados Unidos cuenta con miles de fieles.
Sin duda es posible la aparición de un hombre como Lutero, porque algunos adelantos tecnológicos dieron lugar a la generación de procesos sociales y culturales, que generaron modificaciones en sus prácticas cotidianas, y también en el modo de profesar su fe. «El protestantismo es la gran raíz de donde procede toda la subsiguiente historia de Europa, ya que lo espiritual se incorporará siempre en la historia temporal de los hombres. [...] El derecho de libre examen (de conciencia) subsistirá en pleno vigor mientras existan en el mundo hombres verdaderos», como Lutero, podríamos agregar.
Como todo proceso social y político de relevancia, también el Iluminismo produjo sus héroes, hombres de razón, no de fe. O de una fe diferente a la religiosa, una fe centrada en el futuro de la humanidad basada en el progreso y en las soluciones que brindaría la ciencia en su completo desarrollo. De aquí surgen hombres que se caracterizaron no sólo por sus ideas, sino también por cómo las escribieron, ya sea por estilos como por géneros: Rousseau y Voltaire. Con respecto al primero, su obra «El contrato social», «fue el libro menos leído hasta la revolución francesa. A partir de entonces, su suerte cambió radicalmente y todos los ciudadanos lo leyeron y lo aprendieron de memoria».
Convirtiéndose así en un héroe /mito de la revolución. Tal vez su obra lúcida y valiente, su continua preocupación por la realidad y por asentar sus principios sobre los hombres tal como son, basándose en una «utopía realista, que se encarna con la historia, que ha existido realmente, que se puede situar en un tiempo y en un espacio concretos», lo conviertan en un hombre admirado y estimado por sus iguales, aunque por sus características y sus ideas, Rousseau, poseía menos iguales que adoradores.


Con respecto al segundo, Voltaire, con sus «Cartas filosóficas» y sus obras de teatro, también conoció la fama y el prestigio brindado por el clamor de sus coterráneos, y como hombre de letras también fue «un héroe escritor [...] y mientras subsista el arte maravilloso de la escritura, puede asegurarse fundadamente que continuará siendo una de las principales formas de heroísmo que legaremos a las edades venideras». Allí reside pues el heroísmo de ambos.
Este profundo cambio que significó la revolución francesa, trajo consigo tiempo después, otro tipo de héroes, que se identificaron por su nuevo concepto de conquista imperialista, por su intención de restablecer algunos viejos conceptos que habían sido cuestionados por la revolución, como la religión, que debía volver a ser un elemento central en la construcción de las sociedades. Hombres como Napoleón, encarnan estos héroes del siglo XIX. «Al jefe, al capitán, al superior, al que asume el mando, al que está por encima de los demás hombres; aquél a cuya voluntad deben estar subordinadas todas las otras [...] para nosotros representa prácticamente el compendio de las varias formas de heroísmo». Napoleón sería aquí un compendio de las virtudes de todos los héroes, porque a la valentía de un guerrero se le suma la clarividencia de un profeta, la inteligencia, el dominio de la palabra para persuadir y la convicción política para vencer.
«Había en aquel hombre, además de la clarividencia, un alma para concebir y un corazón para ejecutar [...]todos lo veían como el verdadero soberano [...] él se consideraba el más grande de todos los hombres que durante muchos siglos habían existido». Es importante mencionar que en todos estos héroes hay varias características que se repiten y que son significativas al momento de su construcción como tales: orígenes humildes, inteligencia superior, sinceridad, fe, y carisma. Por supuesto que en cada uno de ellos hay alguna de estas cualidades que se manifiestan más que otras, sin embargo todas forman parte en mayor o menos medida de ellos. A partir del siglo XX la literatura fue dando a luz nuevas formas de remplazar la mitología religiosa, en gran medida por causa de los espectaculares avances de la ciencia por estos años.
La situación entre religión y ciencia se volvió tan insostenible que la literatura debió inventar nuevos mitos, en respuesta a los gigantescos cambios en el pensamiento que desencadenaban los avances científicos. La ciencia-ficción ha dejado de ser lo que era, ya no necesita de la ciencia para imaginar otros mundos. No hay acontecimiento o tecnología que no puedan ser imaginados como experimentos realizados en algún laboratorio secreto financiado por gobiernos en la vida real. La ciencia-ficción en todo caso, sigue siendo ciencia-ficción pero gracias a otras ciencias: las ciencias sociales, la ciencia política, la burocracia legal, la sociología y sus derivados, como la publicidad y el marketing.
En sociedades tecnológicas, cientificistas, pero altamente sociológicas, los héroes se convierten en un nuevo arquetipo, y de la mano de la ciencia pasan a ser superhéroes. Son tiempos en los que la heroicidad se democratiza: cualquiera puede ser un superhéroe. Son seres humanos comunes y corrientes, sin ningún superpoder especial otorgado por la providencia: una araña que les pica, una obsesión por los murciélagos o unos padres de otro mundo. El científico que enfrenta a los superhéroes aspira a conquistar el mundo, pero eso no es más que el reflejo de una aspiración más profunda: ser capaz de dominarlo. Ser un superhombre. Esto es, por primera vez en la historia la ciencia ha puesto en jaque a la religión. Gracias a ella es posible saber que el trueno no es enojo de los dioses.

El héroe popular argentino



En nuestro país la construcción de los héroes por parte de los sectores populares está íntimamente relacionada con las carencias y las necesidades que estos padecen, tanto materiales como espirituales. Existen héroes casi divinos como la Difunta Correa, Ceferino Namuncurá, poseedores de poderes sobrenaturales, a quienes se venera por sus milagros, y que en general son reconocidos luego de muertos.
Cuenta la leyenda que en el año 1840, la señora Correa junto a su bebé, emprendieron una larga caminata desde la provincia de San Juan hacia La Rioja, por problemas con el gobernador. Como el trayecto fue más extenso y dificultoso de lo que esperaba, debió detenerse acuciada por la fatiga y la sed. Consciente de que se moría, pidió al cielo que diera vitalidad a sus pechos para que su hijo no muriese como ella, de hambre y sed. Por eso, cuando unos arrieros se acercaron al cerro sobre el que revoloteaban unos caranchos, hallaron al niño aún con vida, bebiendo de los pechos de su madre muerta. Poco después, al conocerse la desdichada historia, hombres y mujeres comenzaron a peregrinar a su sepulcro, llevándole botellas vacías y ofrendas por su heroísmo; así comenzó la devoción por la Difunta Correa.



El culto a Ceferino Namuncurá es uno de los más importantes en nuestro país. Es recordado por su bondad, su inteligencia, su condición de aborigen. La muerte lo encontró en Italia, con apenas 18 años, cuando se preparaba en la orden católica. Sus restos regresaron al país en 1924, y descansan en el Fortín Mercedes, en la provincia de Buenos Aires, cerca de Bahía Blanca y hacia allí peregrinan miles de fieles para solicitar su intercesión y cumplir con ex votos y ofrendas. En 1945 se inician las gestiones para que sea beatificado, sin embargo hasta hoy la iglesia solo lo reconoció como venerable, aunque prosigue la investigación de sus milagros. Acaso la venta de sus estampas y oraciones en iglesias y en santerías católicas sean un reconocimiento a su inquebrantable fe y a su enorme convocatoria en todo el país.
Por otro lado, encontramos a lo largo de la historia argentina, un tipo de héroe diferente, que encarna un ideal de justiciero, de hombre que viene a aliviar la pesada carga de las injusticias reiteradas, por fuera de la ley, pero beneficiando al pueblo con sus tropelías y delitos. Los más renombrados son Bairoletto y el Gauchito Gil.
Luego de una infancia infeliz y de algunos problemas con la ley durante su adolescencia, el gaucho Bairoletto, allá por los comienzos del siglo XX, se convirtió en saboteador en la provincia de La Pampa, y en sus inmediaciones. Sus tiroteos con la policía, sus asaltos y sus donaciones, lo volvieron un héroe que ayuda a los pobres infringiendo la ley. «Su existencia que adquiere carácter legendario y tiene honda repercusión en el ámbito popular, llega a configurar un verdadero mito». En sus andanzas la gente lo ayuda a huir, le hace llegar mensajes cuando se refugia en algún monte, le proporciona alimentos. Y Bairoletto, que no era codicioso acrecienta su personalidad al convertirse en un vengador del sufrimiento de sus amigos, que por cierto no eran pocos.




Ya en la década del treinta, su fama era tal que no había robo o delito que no se lo adjudicaran a él, pero gracias al pueblo consigue escapar de las pesquisas y de las trampas organizadas por los estancieros y la policía. Pero el 14 de septiembre de 1940 en General Alvear, es sorprendido en una emboscada numerosa y en horas de la madrugada, cae muerto el último gaucho romántico. Como un anuncio de lo que sería luego el mito, a su entierro asistieron miles de personas de varias zonas del país, transformando su sepulcro en un santuario popular. De similares características a Bairoletto, pero en Corrientes y a mediados del siglo pasado, el Gauchito Gil se hizo conocido también por desarrollar actividades delictivas, y por repartir luego entre los pobres el botín obtenido. Ayudado por el pueblo y perseguido por los hacendados y la policía, consigue realizar unos cuantos robos significativos, pero luego es interceptado y degollado por las fuerzas de seguridad, en la plaza central.
El tiempo y los pobladores le fueron dando forma al mito que hoy convoca a muchos fieles, que no solo concurren a su sepulcro, sino que a la vera de cualquier ruta han construido numerosas ermitas en su memoria. Cabe destacar que en su mayoría, tanto los santos como los gauchos, surgieron en pequeños poblados, en villas alejadas, o en el campo, y que son de origen popular. Quizás esto se deba, en el caso de los denominados santos, a que la religión católica no ha sabido (o no ha querido) modificar su dogma para dar lugar a requerimientos de fe diferentes, y entonces ese lugar lo hayan ocupado santos autóctonos, acaso más cercanos al sentimiento popular que los que menciona la «Biblia». Lo cierto es que aún hoy estos hombres y mujeres canonizados por el pueblo, no encuentran su sitio dentro de la iglesia de Roma y suelen ser censurados por ella.
Los gauchos justicieros también deben su origen al campo, como su nombre lo indica, por hallarse fuera de la ley, y de alguna manera desafiando al orden establecido, robando a los hacendados y donando lo que conseguían a quienes más lo necesitaban, y así se fueron convirtiendo en leyenda, aún antes de muertos. Es importante señalar, que en su mayoría cayeron abatidos en enfrentamientos con la policía, situación que favorece su canonización como héroes mártires. La división en estos dos grupos fue realizada con fines analíticos, en un intento por diferenciar fenómenos, rasgos, características diferentes que presentan las canonizaciones populares, según la historia particular de cada héroe; y también por hallar esencias y elementos comunes en cada experiencia particular.
«El pueblo ha realizado canonizaciones con la esperanza de que nuevos, y a veces, efímeros santos oigan sus dramáticos ruegos». En todos los casos el tiempo fue ampliando el mito y los llevó mucho más allá de su zona de influencia y poco a poco se transformaron en leyendas a los que muchos solicitan, hoy, favores y empleos, construyendo ermitas y santuarios en los que las ofrendas, los pedidos y las muestras de fe crecen a diario.

El héroe y la industria cultural
A partir de la segunda guerra mundial se producen algunos cambios y tendencias que afectarán y transformarán radicalmente el tipo de héroe prevaleciente hasta entonces. De la mano de los avances científicos, y de la aparición de nuevas ideas y formas de pensamientos hegemónicos, estas tendencias serán percibidas como irreversibles.
El concepto de industria cultural aparece como una importante clave para el análisis de estas modificaciones. Emerge desde la Escuela de Frankfurt en un texto de Horkheimer y Adorno publicado en 1947. Lo que contextualizó la escritura de ese texto es tanto la Norteamérica de la democracia de masas como la Alemania nazi. Allí se busca pensar la dialéctica histórica que partiendo de la razón ilustrada desemboca en la irracionalidad que articula totalitarismo político y masificación cultural como las dos caras de una misma dinámica. Sienta las bases para el estudio de las masas como efecto de los procesos de legitimación y como lugar de manifestación de la cultura en que la lógica de la mercancía se realiza.
A partir de un análisis de la lógica de la industria cultural, «se distingue un doble dispositivo: la introducción en la cultura de la producción en serie, sacrificando aquello por lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social, y la imbricación entre producción de cosas y producción de necesidades en tal forma que la fuerza de la industria cultural reside en la unidad con la necesidad producida; el gozne entre uno y otro se halla en la racionalidad de la técnica que es hoy la racionalidad del dominio mismo».
En la sociedad industrial avanzada, el progreso técnico se ha extendido hasta convertirse en el eje de la dominación y la coordinación. Con esa función mediadora crea formas de vida y reproduce un poder, que reconcilia a las siempre sensibles fuerzas antes contestatarias del sistema de dominación que nos precedió, cuando derrota toda protesta en nombre de la liberación (ubicándolas ahora como funcionales al statu quo). Por ende, el centro de los análisis críticos sobre esta formación social tiene que centrarse en el diseño totalizante del aparato técnico y científico, que tiene por función la dominación al obstaculizar con sus recursos la expresión de la libertad individual. La función ideológica hace del accionar técnico un accionar político, en tanto se vuelve justificador de un orden que no puede modificarse, y vuelve impensables la elaboración de alternativas que propicien un cambio en la correlación de fuerzas existente.
El héroe es tomado por la industria cultural y convertido en un producto mercantil de consumo masificado, y adquiere características específicas que resultan funcionales a la ideología dominante. Se trata de la construcción de un héroe moderno que irá absorbiendo los valores propios de las sociedades capitalistas avanzadas.
Al respecto Umberto Eco afirma: «La industria de la cultura de masas fabrica los cómics a escala internacional y los difunde a todos los niveles: ante ellos (como ante la canción de consumo, la novela policíaca y la televisión) muere el arte popular, el que surge desde abajo, mueren las tradiciones autóctonas, no nacen ya leyendas contadas al amor del fuego, y los narradores ambulantes no se llegan ya a las plazas y a las eras a mostrar sus retablos. La historieta es un producto industrial, ordenado desde arriba, y funciona según toda la mecánica de la persuasión oculta, presuponiendo en el receptor una postura de evasión que estimula de inmediato las veleidades paternalistas de los organizadores. Y los autores, en su mayoría reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes».





El cómic: un héroe moderno
El cómic aparece en Estados Unidos y en Europa al terminar el siglo XIX, y se introduce fuertemente en el imaginario social de Occidente. La relación entre cine y cómics va a conformar dos maneras de arte popular de gran impacto durante el siglo XX, gracias a la creciente producción de historietas por parte de la industria cultural norteamericana. De esta manera el cómic va transitando del mero acto consumista y de diversión, al de esplendor de la mass media que se acrecienta a partir del crecimiento mercantil y delsistema industrial.
Un aspecto relevante dentro del desarrollo de la historieta es el apogeo del héroe con gran componente narrativo que es propio de este género. Los más sobresalientes fueron Batman, Superman, entre otros. Aquí el héroe del cómic adquiere características sobrenaturales, al igual que los de la antigüedad, facultades que le son negadas al hombre común, y que fomentan su valía. Cabe destacar que el cómic por todo lo que representa y significa, ya por sus imágenes como por sus personajes héroes han sido usados como vehículo de transmisión de diversos mensajes, en particular en la propagación del american way of life (estilo de vida americano), con su cosmovisión occidental, capitalista, y con una marcada línea divisoria entre el bien y el mal. Se están transmitiendo en definitiva los valores que sostienen el statu quo de Occidente, entre los cuales el individualismo, encarnado en estos héroes superhombres, es llevado a su más alta expresión.
La historieta se ha convertido en uno de los más grandes elementos de comunicación dentro del proceso de globalización, al conocer todos a sus principales héroes. Los personajes se convierten en héroes o aventureros al representar el mito norteamericano fuera de Estados Unidos tanto en Asia, África, en el espacio intergaláctico, en América Latina o precolombina, marcando así la diferencia con respecto a los del primer cuarto de siglo que son personajes cotidianos y no de tipo excepcional como los últimos. Los primeros se caracterizan por ser una expresión de una sociedad confiada en el futuro y satisfecha de sí misma. En cambio los otros demuestran una crisis de dicha fe al ser proyección de una sociedad profundamente sacudida por el presente y temerosa del futuro. Ella busca una salida a partir del sueño, mito, aventura, entre otros como modo de evasión de la realidad social, siendo este el contexto propicio para que surja el héroe como figura salvadora de todos sus males y conflictos.
Sin dudas podría trazarse una historia social y cultural de Occidente estudiando los héroes de cada época, con sus ideologías, sus temáticas, buenos y malos, sus vencidos y vencedores. Sin embargo, este tema significaría otra tesis.
Héroes a la cabeza, antihéroes en la sabana?
Veamos otra perspectiva de la construcción o de los elementos de constitución.

Justicia, cultura y cómics: filosofía y superhéroes

En apariencia, el mundo del cómic de superhéroes vive una etapa dorada: los productos de merchandising se venden bien (a pesar de que su precio es, en muchas ocasiones, elevado para el bolsillo medio), las grandes editoriales (DC y Marvel) han relanzado con todo tipo de boato sus colecciones más importantes y, por último, la industria del cine no cesa de producir películas que se hacen eco de estos inmortales personajes. Y es que, como asegura el guionista Grant Morrison en Supergods. Héroes, mitos e historias del cómic“Vivimos en las historias que nos contamos”.
Sin embargo, y a pesar de tan esperanzadores datos, las historias de superhéroes siguen rodeadas por un halo de sospecha que pone en entredicho el papel de Superman, SpiderMan, Thor o Wonder Woman en el mundo de la cultura. Podríamos decir, incluso, que los cómics de superhéroes se incluyen implícitamente en una suerte de “subcultura” en la que prima la espectacularidad y se prescinde del rigor propio de lo que, en otro tiempo, se denominó “alta cultura”.
Nadie negará, desde luego, que la industria del cómic estadounidense mueve muchos millones de dólares a lo largo y ancho del mundo en pos de una espectacularidad que en ocasiones tan sólo esconde productos hueros, vacíos, carentes de valor propiamente cultural. Pero tampoco habrá quien se atreva a insinuar que no ocurre lo mismo en otros ámbitos de esa llamada “alta cultura” (emporios editoriales, teatros de gran postín, macro salas de cine, etc.). Aunque las comparaciones sean odiosas, en este caso es necesario preguntarse por qué en el caso de los cómics este dato parece constituir un impedimento para que las historias que los propios cómics contienen no sean consideradas parte del devenir cultural más egregio y fundamental.
No hay quien desconozca que las camisetas con el emblema de Superman, las películas de SpiderMan o la construcción de un parque temático que tenga como protagonistas a los superhéroes pone en movimiento un flujo de dinero incalculable. Pero quizás más de uno se sorprendería al saber, si tenemos en cuenta la fachada casi divina que cobija a la “alta cultura”, que las grandes superficies comerciales que tienen como objeto de negocio la venta de libros, venden –a la vez, e incluso con más fruición que los propios libros– todos y cada uno de los espacios de sus locales a las editoriales de turno que, por su parte, desean poner en circulación sus últimas novedades (desde escaparates y catálogos de Navidad o verano, pasando por alfombras con la imagen de portada, hasta inmensos carteles que dan la bienvenida al cliente bajo la rúbrica “No te pierdas el último best seller de Fulanito o Zutanita”). No hay ni que decir que, por ejemplo, los pequeños editores tienen un acceso más dificultoso a tales plataformas publicitarias, lo que redunda en el beneficio de los más importantes imperios editoriales. El libro del que más copias se venden, como sabe el lector más o menos avezado, no es el de mayor calidad literaria (una norma que se cumple en un porcentaje insultantemente alto), sino el que cuenta con un mayor apoyo económico/logístico para darlo a conocer a un amplio público.

Y lo mismo ocurre en el caso de las salas de cine, lo que está llevando –como hemos comprobado recientemente– al cierre exponencial de locales emblemáticos que apostaban por las iniciativas independientes y que evidentemente no pueden luchar contra las grandes salas de cine comercial. Ni siquiera las otrora salvíficas ayudas estatales, cada vez más escasas (por no decir inexistentes), pueden hacer nada contra esta anunciada debacle. Quizás podamos recordar en este contexto las palabras de V de Vendetta (que son, en realidad, las de un Alan Moore obsesionado con el concepto de “inconsciente social”):
Hemos tenido una serie de estafadores, fraudes, mentirosos y lunáticos que han tomado una serie de decisiones catastróficas. Eso es un hecho. Pero ¿quién les eligió? ¡Fuiste tú! ¡Tú quien nombró a esta gente! ¡Tú quien les dio el poder de tomar decisiones en tu lugar! Aunque reconozco que cualquiera puede cometer un error una vez, cometer los mismos errores fatales siglo tras siglo me parece simplemente deliberado” (V de Vendetta, Libro 2, Cap. 4).
Pero por suerte no todo son puntos negros en el panorama del cómic de superhéroes. Sí es cierto que, gracias a la popularidad que el cine ha dado a estas figuras en los últimos veinte años (hasta los 90 las películas sobre superhéroes aparecían con cuentagotas, aunque quizás eran narrativamente mucho más ricas que las actuales), las librerías especializadas en este género, así como los ensayos de corte teórico que se hacen eco de las historias de nuestros protagonistas, han crecido de manera llamativa. No sólo se venden cómics, sino que los seguidores de las historietas de superhéroes demandan, con una creciente necesidad, material con el que poder complementar la lectura de los propios tebeos (uso en este artículo e indistintamente, aunque no sea del todo correcto, las palabras “cómic” y “tebeo”).
A este respecto existe un título imprescindible para los seguidores de las aventuras de los superhéroes. Se trata del maravilloso libro de Grant Morrison (afamado guionista que ha trabajado tanto para DC como para Marvel) Supergods. Our World in the Age of the Superhero, que Miguel Ros González ha traducido como Supegods. Héroes, mitos e historias del cómic, publicado en Turner. El título es ya de por sí elocuente, y si ojeamos el contenido de la obra veremos con no poca sorpresa que el volumen se inaugura con una cita del mismísimo Nietzsche en Así habló Zarathustra: “Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia!”.
Así resumen el objetivo de esta obra imprescindible (¡500 páginas de historia y ensayo sobre superhéroes!) el propio Morrison:
El presente libro es la guía definitiva para el mundo de los superhéroes: en ella veremos qué son, de dónde viven y cómo pueden ayudarnos a cambiar nuestra percepción de nosotros mismos, de nuestro entorno y del multiverso de posibilidades que nos rodea. Prepárense para quitarse el disfraz, susurrar las palabras mágicas e invocar al rayo. Es hora de salvar el mundo.

Mucho se ha relacionado, a mi parecer erróneamente, el Übermensch nietzscheano con Superman, quizás por la similitud nominal entre las palabras “superhombre” y el principal apelativo del Hombre de Acero. Sin embargo, lo que los superhéroes contienen de “superhombre” (o “supermujer”) es que sus figuras parecen encontrarse más allá del bien y del mal. En ellos, las categorías morales tradicionales quedan desdibujadas porque, precisamente, las proezas que llevan a cabo ponen en entredicho nuestra manera de evaluar moralmente una acción. Y lo que es más importante: salvo excepciones, a los superhéroes parece no importarles quebrantar la ley si con ello se salva la justicia. A este respecto cabe desarrollar una breve digresión.
En el difícil contexto que vivimos –plagado de desahucios, subidas fiscales, deplorables casos de corrupción, y caracterizado por la aparición de numerosos movimientos sociales–, la población acude al Estado para defender las libertades y derechos adquiridos a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, los ciudadanos no siempre encuentran el respaldo esperado en las leyes, y denuncian que la Justicia, con mayúscula, ha pasado a estar de parte de los más poderosos; así hacen suyo uno de los pensamientos fundamentales que Aristóteles expuso en el Libro I de la Política: “algunos convierten todas las facultades en crematísticas, como si ese fuera su fin, y fuera necesario que todo respondiera a ese fin”. En este sentido, Grant Morrison asegura en Supergods. Héroes, mitos e historias del cómic, que:
… las historias de superhéroes se destilan en los niveles supuestamente más bajos de nuestra cultura, pero, al igual que la base de un holograma, contienen en su interior todos los sueños y miedos de generaciones enteras, en forma de intensas miniaturas. […] Nos dicen dónde hemos estado, qué temimos y qué deseamos, y hoy en día son más populares y están más generalizadas que nunca, pues siguen hablándonos de lo que de verdad queremos ser.
Una de las cuestiones más debatidas a lo largo de la historia del Derecho, la Filosofía o la Sociología, y que aún levanta ampollas, es la de si el Estado debe encargarse no sólo de impartir justicia, sino también de infundir moralidad en los corazones. Pero, a la vista está, parece imposible esperar por parte de ciertos dirigentes esa anhelada justicia ni, por otro lado, demandar al Estado que imparta un “magisterio moral” que, en muchas ocasiones, no está en disposición de ofrecer por las propias contradicciones en las que el poder se ve envuelto.
Si recordamos por un momento las enseñanzas de Kant, veremos cómo en el apéndice a su escrito Sobre la paz perpetua no duda en afirmar que la auténtica política no debería dar un paso sin haber rendido antes pleitesía a la moral: “y aunque la política es por sí misma un arte difícil, no lo es, en absoluto, la unión de la política con la moral”. Algunas líneas después se muestra incluso más tajante: “El derecho de los hombres debe mantenerse como cosa sagrada”, por muchos que fueran los sacrificios –puntualiza– que tuviera que hacer el poder dominante para mantener tal sacralidad. Así, en última instancia, como parece desprenderse de lo que Kant explica, la política debe obedecer al Derecho… siempre que éste, como deseaba el filósofo de Königsberg, encontrara su base en la moralidad (y por lo tanto, en el deber).
Es aquí, quizás, donde resida uno de los puntos fuertes de las historias de superhéroes, que pueden convertirse en un curioso aliado a la hora de mostrar cómo justicia y ley se contraponen a veces como el día y la noche. Lo que distingue a los superhéroes de las “personas reales” es que no se limitan a defendernos de una amenaza inminente, sino que tratan además de participar activamente en la detención de los criminales cuando éstos no han cometido aún sus fechorías. Si echamos un vistazo a la Gotham City de Batman, podríamos reconocer en ella un insospechado retrato (por ejemplo) de la parcialidad de los tribunales de justicia actuales, tantas veces hermanados o en triste comadreo con la fuerza gobernante. Y es que, como Nietzsche recuerda en numerosos pasajes (en contraposición a las enseñanzas de Kant más arriba señaladas), seguir la moral vigente no quiere decir que, de hecho, se actúe moralmente. Y es ésta una de las principales enseñanzas de los cómics de superhéroes. Como señala Morrison en Supergods,
Ni siquiera necesitaba que [Superman] fuera real […]: Superman es un producto de la imaginación humana resistente, un emblema perfecto de nuestros yoes más altos, más amables, más sabios y fuertes. Con Superman y los demás superhéroes, el ser humano creó unas ideas invulnerables a todo daño, inmunes a la deconstrucción, elaboradas para superar a los genios diabólicos, concebidas para hacer frente al Mal en estado puro y, de alguna manera, y contra todo pronóstico, salir siempre vencederas.
Si seguimos con Batman, observamos cómo en ocasiones (en demasiadas ocasiones…) sus acciones se ven cuestionadas e incluso refrenadas por las autoridades policiales: es decir, quedan al margen de una autorización oficial. Pero este tomarse la justicia por su mano, este quebrantamiento de las leyes por parte del Caballero Oscuro, se hace en nombre no de una justicia particular, sino de la Justicia tomada como ideal al que tender. Batman nos insta a preguntarnos por qué ha de permitirse que las estructuras sociales más fuertemente establecidas (tantas veces empleadas en beneficio de unos pocos) han de suponer un estorbo para la consecución de lo justo. Volvamos a citar al inmortal V de Vendetta de Moore:
¡Fuera con los destructores! No tienen cabida en nuestro mundo mejor. Pero brindemos por todos nuestros terroristas, nuestros bastardos, los más desagradables e imperdonables. Bebamos a su salud… para no verlos nunca más (V de Vendetta, Libro 3, Cap. 5).
Es inútil discutir con quienes arremeten contra la vigencia e importancia cultural de los cómics de superhéroes… pero que, curiosamente, nunca han tenido uno entre sus manos. Quien no ha podido deleitarse con los extraordinarios paisajes futuristas de la Asgard de Thor, la oscuridad de Gotham, la delicada belleza de Isla Paraíso o la luminosidad de Metrópolis, y no digamos con los problemas políticos de Thor, los dilemas morales de Batman o SpiderMan, o el interesante contraste entre los argumentos que presentan superhéroes y villanos, quien no se haya enfrentado en definitiva a la lectura de un cómic de superhéroes, no está en disposición de emitir un juicio sobre la relevancia cultural de tales historias. Explica un emocionado Morrison en el capítulo final de Supergods que:
Amamos a nuestros superhéroes porque se niegan a fallarnos. Podemos analizarlos y decir que no existen, podemos matarlos, prohibirlos, mofarnos de ellos, y aun así acabarán volviendo, para recordarnos pacientemente quiénes somos y quiénes desearíamos poder ser. Son una poderosísima idea viva. […] Las historietas de superhéroes despertaron mi potencial interior, me dieron las bases de un código ético en el que aún creo, inspiraron mi creatividad, […] me ayudaron a comprender la geometría de dimensiones superiores y me alertaron de que todo es real, especialmente nuestras ficciones.
Porque, es importante señalarlo, los cómics de superhéroes no son las películas que sobre ellos se producen, ni los parques temáticos ni el merchandising; los cómics son tinta, dibujos, papel y diálogo. Son la ilusión del lector que acude cada semana, cada mes, cada trimestre, siempre puntualmente, a adquirir el siguiente número de las aventuras de su personaje favorito. Unos personajes que, a pesar de haber pasado por las manos de cientos de dibujantes y guionistas, perduran como símbolos inquebrantables de valores que, precisamente por su carácter inalcanzable, suponen un ideal al que aspirar. Los superhéroes nos recuerdan que somos seres “intermedios”, seres siempre “a mitad de camino”. Grant Morrison concluye Supergods con esta sugerente cita de Pico Della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre:
No te hemos hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, de suerte que seas tú mismo, artesano libre y orgulloso de tu propio ser, quien pueda moldearse según sus preferencias. Estará en tu mano descender a la condición inferior de bruto, así como ascender de nuevo a la condición superior, que es divina, extraída del juicio de tu ánimo.
Pero ¿por qué esa fascinación por estos personajes de ficción? Hace más de veinte siglos, griegos y romanos poseían un amplio elenco de dioses que ejercía no sólo una función religiosa, sino también ideática, evocativa, mediante la que quedaban reflejados ciertos cánones frente a los que el hombre se hallaba en una relación de aspiración (fuerza, astucia, inteligencia, belleza, etc.). Sísifo o Prometeo, por ejemplo, intentaron llegar a asimilarse a aquellas divinidades más de lo que les estaba permitido, hiriendo el orgullo de los dioses –siendo finalmente castigados por éstos a causa de una suerte de pecado de lo que en griego se denominaba hybris (una falta de mesura por la que se intentaba superar la condición humana)–. Aunque pueda parecer extraño, aquellas divinidades que ya tan lejanas quedan tienen mucho que ver con los superhéroes contemporáneos. De hecho, algunas de estas figuras continúan haciendo alusión a antiguas historias mitológicas, como en el caso de Thor.
En general, tendemos a forjarnos un modelo o ideal que admiramos y sobre el que podemos establecer un marco de referencia para cotejarlo con el fondo de nuestras acciones. Indagamos así el porqué de nuestro hacer a partir de un canon que no siempre posee un origen autónomo -producto de reflexiones propias- sino que proviene de organismos, instituciones y empresas que nos sugieren un camino o guía de actuación “apropiado”.
Schopenhauer escribía en el Capítulo 70 de los Complementos al Libro Cuarto de El mundo como voluntad y representación que el mundo es el reino de la necesidad (das Reich der Natur), mientras que la libertad es el reino de la gracia (das Reich der Gnade), haciendo alusión a la Tercera Antinomia de la Crítica de la razón pura de Kant. Más allá de lo que la filosofía pudiera aportar en este debate sobre qué nos atrae de los superhéroes, me quedaré en lo superficial explicando que aquella distinción entre “libertad” y “necesidad” se hace especialmente relevante para sacar algo en claro en el tema que nos ocupa.
El ser humano se ve constante y radicalmente avasallado por los problemas que le rodean: hambre, escasez de recursos, enfermedades, muerte, conflictos raciales, guerras, etc. Una persona normal y corriente es incapaz de enfrentarse a tales problemas de una manera definitiva, esto es, encarando la situación aplicando –primero- la reflexión, y después, empleando los medios que tiene en sus manos para solucionar lo que en tal o cual momento le inquieta. Violaciones, robos, maltratos, atracos, raptos, terrorismo… nada de ello nos apabulla realmente hasta el momento en que la Providencia decide someter a prueba nuestro Destino. Sin necesidades de rajarse las vestiduras, podemos afirmar que somos animales absolutamente egoístas, inclinados a defender nuestras posesiones más queridas. En el capítulo III (“La lucha por la vida”) de El origen de las especies de Darwin leemos: «esta regla no tiene excepción: todo ser orgánico se aumenta naturalmente en una proporción tan alta, que si no se le destruyera pronto, la tierra estaría cubierta por la progenie de una sola pareja».
El origen de los superhéroes en la edad moderna (recordemos que el auténtico boom de estas historias se remonta a la década de 1920, cuando el mundo dejaba atrás una guerra absolutamente sangrienta) puede adscribirse a la fascinación que nos invade al admirar al ser –humano o sobrehumano– que es capaz, primero, de superar aquel egoísmo, y después, de ser siempre (aquel anhelo de Unamuno que tantas almas ha desgarrado). Y no nos referimos aquí a la inmortalidad, sino a aquella ambición de la que Aquiles es merecido representante: elegir una muerte temprana en pago de una fama eterna. No importa que sea Batman el que salve Gotham, o que un soldado muera al entregarse a los enemigos con la promesa de salvar a mil de sus compañeros: en todas las historias de superhéroes observamos la superación del egoísmo y la gloria perpetua. En definitiva, el superhéroe no queda en ascuas frente a la presencia de un problema: no delibera, no piensa y olvida, no quiebra su voluntad frente a posibles interferencias. Sólo actúa. Y lo hace a sabiendas de que el hombre es incapaz de resolver la tesitura en la que se halla: poner en orden sus entrañas, es decir, redirigir pensamiento y acción en una única dirección.
Podemos aquí citar alguno de los fragmentos de la Crítica de la razón práctica de Kant. La pregunta “¿qué haría Superman, Batman, Daredevil, etc., si estuviera en mi situación?” ya se prefijó hace más de dos siglos: “La ley moral […] descalifica totalmente la influencia del amor propio sobre el supremo principio práctico e inflige un quebranto inconmensurable a esa vanidad que prescribe como leyes las condiciones subjetivas del amor propio. Y lo que socava nuestra vanidad, a nuestro propio juicio, humilla. Por lo tanto, la ley moral humilla inevitablemente a cualquier ser humano, cuando éste compara con dicha ley la propensión sensible de su naturaleza” (A131-132). ¿A quién le extrañaría cruzarse con Superman mientras, debajo de un gran olmo, lee y estudia a Kant subrayando sus libros con intensidad?
En The Dark Knight Returns (Libro 3), Batman dirige a Clark Kent estas palabras: “Tú siempre dices que sí, a quien veas con una insignia o con una bandera… Nos has vendido, Clark. Les has dado el poder que debería haber sido nuestro. Justo lo que te habían enseñado tus padres. Mis padres me enseñaron otra lección: tirados en esta calle, agitados por la brutal conmoción… muriendo por nada… me enseñaron que el mundo sólo tiene sentido cuando lo obligas”. Esta cita, que en apariencia puede representar nada más que la reaparición del trauma del hombre murciélago, pone de manifiesto una serie de cuestiones reveladoras a la hora de analizar nuestro gusto por los superhéroes.
Los superhéroes presentan como rasgo constitutivamente humano el verse continua y radicalmente avasallado por los problemas que les rodean. Lo importante aquí es hacer hincapié en el “se”, en el cobrar consciencia de que en nuestro hacer nos sentimos -a la vez de nuestro ser bomberos, policías, taquilleros de cine, periodistas, etc.- a la vez, digo, nos sentimos menesterosos: a raíz del hacer surge la pregunta del “por qué”. Por qué hice esto o aquello, por qué él se comporta así, por qué no soy de otra manera, por qué Dios es tan malvado, por qué, por qué, por qué… Aquella menesterosidad viene dada por la necesidad de dar razón de nuestro comportamiento, tanto a nosotros mismos como a los demás. En este sentido, los superhéroes toman la forma de nuestros miedos, de nuestras esperanzas, de nuestras expectativas: la diferencia verdaderamente sustancial entre aquéllos y nosotros es su decisión de actuar, están decididos a formar parte de la forja de su propio destino. Fabrican su propia historia, e incluso pueden ayudar a modelar la de los demás: se toman en serio lo que son. A este respecto, Schopenhauer escribía en uno de sus diarios de juventud (1816): “una naturaleza armónica consigo misma es un hombre que no quiere ser sino como es […]. [L]a mayor contradicción consist[e] en querer ser de otro modo a como uno es”.
Ya antes recordábamos a Aquiles y en general la mitología griega como posible telón de fondo para reinterpretar el papel de los superhéroes en la sociedad actual. Sin embargo, quiero ahora distinguir de manera muy clara dos categorías enteramente diferentes y que suelen dar lugar a equívocos en este contexto: lo “superior” y lo “heroico”. Que un personaje de ficción -e incluso real, si traemos a la memoria a ciertos atletas o genios de la historia- sea superior en algún sentido no quiere decir que por ello haya de ser heroicoLa heroicidad ha de conquistarse en múltiples y reiteradas batallas libradas no sólo contra “los malos”, sino con-tra uno mismo: el verdadero héroe saca de sí la fuerza para existir tal y como es, sin inventar artificios ni restando valor a sus obras, lo que nos recuerda al to meson de Aristóteles, al justo término medio que el estagirita establecía siempre con respecto a uno mismo en la Ética a Nicómaco (el valiente lo es en tanto que tal virtud queda establecida entre dos extremos que son representados bajo un mismo respecto, esto es, bajo la consideración de una misma persona; el valiente no lo es sino en relación proporcional a los extremos de la temeridad y la cobardía: tal relación es valedera para un solo hombre, y cada cual habrá de buscar, precisamente y para cada virtud, su justo medio).
Muchos superhéroes (Batman, Superman, Daredevil, Wolverine, Spiderman, etc.) se han convertido en verdaderas instituciones culturales. Ya es hora de que sus historias (las que huelen a tinta y papel) empiecen a tenerse en cuenta no sólo en entornos más o menos freaks o más o menos restringidos: los cómics que cuentan los avatares de estos personajes han de ser tomados en consideración por la sociología, la psicología y la filosofía. ¿Cómo seres que anteponen la necesidad ajena a la propia bajo cualquier circunstancia no han de llamar nuestra atención? A pesar de todo, ocurra lo que ocurra, los superhéroes siempre están ahí, y aunque en diversas ocasiones muchos de ellos se pregunten por qué hacen lo que hacen (puesto que el poder, como hemos dicho, no supone heroicidad), diremos que son sus acciones las que sellan definitivamente sus decisiones (y no los meros pensamientos) a la hora de responder a aquel abismático porqué: la pregunta sobre sí mismos no frena el destino al que se sienten llamados, y actuar de otra manera, entienden, sería tracionar su auténtico ser. Aunque tampoco los meros logros, las acciones aisladas de algún ser con poderes pueden ser consideradas heroicas: aquéllas deben funcionar como la efectiva materialización de alguna noble cualidad, o digamos, virtud. Así, en resumen, podemos decir que la categoría de superhéroe alude indiscutiblemente a la moralidad, a una moralidad contemporánea que quizás se haya perdido: es una instancia moral.
El yo del superhéroe ha dejado de servir a sus propios intereses y se decanta por aprovechar sus características sobrenaturales para ayudar a los que no son sus semejantes. Tal conflicto lo observamos muy bien en los X-Meno en Superman: ya sean mutantes o extraterrestres, tanto aquéllos como éste se sienten distintos a los demás. Desde luego que lo son, pero deciden poner al servicio de la humanidad -y no lo olvidemos, de lo que ésta tiene por justo y bueno- todos sus poderes. Su actitud se halla moralmente cargada en tanto que deciden hacer, sin más. El mundo real, el mundo fáctico, obliga a elegir -recordando a Sartre-, y el superhéroe no es menos. Si la fama y el éxito de los superhéroes sigue vigente es porque sus hazañas hablan de nuestra propia naturaleza, de lo que, sin superpoderes, nos vemos empujados a hacer: escoger entre lo que consideramos bueno y malo. El concepto de superhéroe encierra normatividad; no sólo nos muestra el mundo tal como es, sino que a partir de sus acciones deja ver un plano muy distinto: el de lo que debería ser. Y es que no debería parecernos en absoluto desatinada la sospecha de que en la academia de Charles Xavier estudiaran la Crítica de la razón práctica de Kant…
Ahora veamos, como se vende un heroico candidato capaz de salvar la crisis eterna y decadente que viene soportando la Sociedad.

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