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Como eligen los "armadores" políticos la sábana?
Y QUIEN TIRARÁ DE ELLA PARA QUE LOS DE ABAJO SUBAN?
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Primero, entremos en las “diferencias” de ser y parecer entre
un candidato fabricado como héroe y la estructura real de un personaje heroico
desde la prospección colectiva para lo que fue diseñado.
LUIS SUJATOVICH
Justicia,
cultura y cómics: filosofía y superhéroes
Primero, entremos en las “diferencias” de ser y parecer entre
un candidato fabricado como héroe y la estructura real de un personaje heroico
desde la prospección colectiva para lo que fue diseñado.
LUIS SUJATOVICH
REVISTA LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIETA (2001, PABLO DE
LA TORRIENTE) 27, 15-IX-2007 p. 125-140
TEBEOSFERA
(2008, TEBEOSFERA) -2ª EPOCA- 13, 31-XII-2014
Resumen / Abstract:
El
presente trabajo pertenece a la tesis «La construcción del héroe en 'El
Eternauta'», que parte de la hipótesis de considerar que el héroe en «El
Eternauta» es un héroe colectivo y no individual. Esta primera parte es
introductoria e intenta iniciar y contextualizar al lector. Se compone de
cuatro apartados. Primero se realiza un breve recorrido histórico por los
héroes que predominaron en diferentes épocas, se les caracteriza y vincula con
las necesidades y requerimientos de su tiempo. En segundo lugar se esbozan los
principales rasgos del héroe popular argentino. Luego se describen los cambios
que estos héroes sufren al ser tomados por la industria cultural. Por último se plantea
la emergencia del cómic como expresión del héroe moderno
LA CONSTRUCCIÓN DEL HÉROE
EN EL ETERNAUTA (1 de 3)
Siempre me fascinó la idea del «Robinson
Crusoe». Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte
veces. «El Eternauta», inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del
hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre
solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de
truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López,
ajena a la invasión que se viene. Ese fue el planteo... lo demás creció solo,
como crece sola, creemos la vida de cada día. Publicado en un semanario, «El
Eternauta» se fue construyendo semana a semana; había sí, una idea general,
pero la realidad concreta de cada entrega la modificaba constantemente.
Aparecieron así situaciones y personajes que ni soñé al principio. Como
el mano y su muerte. O como el combate en River
Plate. O como Franco, el tornero, que termina siendo más héroe que ninguno de
los que iniciaron la historia. Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizá por
esta falta de héroe central, «El Eternauta» es una de mis historias que
recuerdo con más placer. El héroe verdadero de «El Eternauta» es un héroe
colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir
íntimo: el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe
solo.
Héctor G. Oesterheld, prólogo a «El
Eternauta», 1976.
Introducción
El presente trabajo tiene como punto de
partida una serie de interrogantes. El eje articulador es: ¿cuál es la
concepción o la configuración del héroe presente en «El Eternauta»? De esta
pregunta central se desprenden otras: ¿qué se entiende por héroe? ¿Cómo definir
a un héroe de historieta? ¿Cómo explicar la paradoja de que lo novedoso, en
este caso, de la concepción de Oesterheld sobre el héroe sea la negación o
ausencia del héroe clásico y estereotipado? ¿Cómo explicar su concepción del
héroe colectivo? ¿es Juan Salvo un héroe?
La investigación se divide en dos
grandes apartados. La primera parte es introductoria e intenta iniciar y
contextualizar al lector en la problemática, y está compuesta por cuatro
puntos. Primero se realizará un breve recorrido histórico por los distintos
héroes que predominaron en diferentes épocas históricas, se los caracterizará y
vinculará con las necesidades y requerimientos de su tiempo. Segundo, se
esbozarán los principales rasgos del héroe popular argentino. En tercer lugar
se describirán una serie de cambios que estos héroes sufren al ser tomados por
la industria cultural. Cuarto, se planteará la emergencia del cómic como
expresión de un héroe moderno.
La segunda parte nos acerca a «El
Eternauta», y consta de dos apartados. El primero pretende describir el
contexto y las condiciones de producción de la historieta; en el segundo se
relatarán los principales momentos de la misma, y se irán resaltando y
analizando los elementos que se considerarán más significativos para responder
a nuestros interrogantes. En este sentido, se analizarán determinados aspectos.
Se describirá el rol de la mujer en la historieta, buscando rastrear la
relación entre el héroe masculino y la presencia de la mujer, su participación
activa o no en las iniciativas del grupo, la forma en que se integra al mismo,
pensando, de modo general, en el lugar de la mujer en la sociedad argentina de
la época.
A su vez se indagará en los tipos de
intelectuales en la obra. Partiendo de una determinada conceptualización del
intelectual, entendiendo que dentro del grupo existen dos clases de intelectuales,
y que cada uno es poseedor de un capital simbólico diferente. Finalmente, se
esbozarán algunas reflexiones y se intentará dejar planteados interrogantes
para futuras investigaciones.
El principal interés a la hora de
seleccionar el tema ha sido sin duda el héroe que el Eternauta logra condensar,
sus características, que lo constituyen en un personaje colectivo, que rompe
con el concepto clásico de héroe individual, solitario y autosuficiente. Surge
la idea acerca de que detrás de ese grupo de superhéroes pasan muchas otras
cosas, pasa la Argentina de la década del cincuenta, pasa la sociedad
argentina, sus preocupaciones, sus ideas, y sus desafíos, lo que me pareció
casi una interesante invitación al análisis. A su vez, se trata de una obra que
permite diferentes lecturas, ya que aparece en un período clave de la historia
argentina, en tiempos de proscripción del peronismo, y en la controvertida
ciudad de Buenos Aires. Por otra parte aglutina los grandes temas, los valores
y la cultura de estos años. En ella es posible reconstruir el mapa
sociopolítico vigente entonces, rastrear el rol de la mujer, de los
intelectuales, del ejército, de la resistencia, etc.
En otro nivel, se permean elementos de
la situación político-social que acontece en Occidente luego de la segunda
guerra mundial, con la división de Alemania, y el nacimiento del concepto
del mundo bipolar. En su mirada ideológica «El Eternauta»
puede leerse como un indicio de lo que luego sucederá en nuestro país y en
buena parte de Sudamérica en las décadas del sesenta y del setenta con los
gobiernos dictatoriales.
Alcances y limitaciones
El presente trabajo se fundamenta en la
pretensión de generar un aporte desde el campo de la comunicación, ya que hasta
el momento no se han realizado en la Facultad de Periodismo y Comunicación
Social de la UNLP investigaciones sobre este tema específico. Quedan pendientes
un análisis de tipo semiótico, en el que podrían analizarse entre otros
aspectos, las significaciones de los lectores de «El Eternauta» sobre el héroe
en la historieta; estudios comparativos, que rastreen en el desarrollo
histórico del género y focalicen en las diversas concepciones y configuraciones
de los protagonistas de historietas; por ejemplo: estudios que indaguen sobre
el perfil de los lectores en las primeras publicaciones, o que se centren en el
análisis de los dibujos, etc. Tampoco se trabajará con «El Eternauta parte II»
(publicada en 1976-77), esto por varios motivos. En primer lugar, entre las dos
tiras hay un quiebre fundamental en lo que respecta a los rasgos fundamentales
de sus personajes. Se modifica esencialmente la figura del héroe. Juan Salvo
adquiere en la segunda parte cualidades sobrehumanas, propias de un mutante,
puede prever lo que sucederá. Con esta ruptura «Oesterheld recupera al héroe
individual, al hombre diferente... Juan Salvo es un modelo del hombre de acción
revolucionario, dotado de una ética y de normas de conducir distintas de las de
la generalidad... la impunidad con que “El Eternauta” utiliza las vidas ajenas
en función de las necesidades de una causa superior surgen de una racionalidad
que no pide permiso ni da explicaciones».
Como lo afirma el propio Juan
Sasturain, son evidentes las correlaciones entre elementos de la realidad
histórico-política y el universo de la historieta, lo que sin duda merecerían
ser tema de una investigación diferente. También es cierto que la segunda parte
carece de la magia de la primera aventura. El ritmo es mucho más rápido, pero
por sobre todo, y esto es lo que nos interesa aquí, se pierde el magnetismo de
«El Eternauta I», que «era una historia que crecía armónica con el desarrollo
natural y lógico de los personajes, densos y ricos, cambiantes inclusive»; en
«El Eternauta II» prevalecen el esquematismo, la rigidez, y parecería, la
necesidad de confirmar con la historia una tesis prefijada. Parecen colarse en
el relato, las propias disidencias políticas entre el autor y el dibujante.
Según Sasturain, no es demasiado afirmar que «el Oesterheld burgués escribe mejor que el comprometido».
Por último, es oportuno repetir que
«El Eternauta II» configura un universo de análisis totalmente diferente
también en lo que respecta a las definiciones del enemigo, que estará dividido
en dos: los ya conocidos Ellos, y los países poderosos del planeta que
pactarán, para conservar su libertad, entregar Latinoamérica a los invasores.
Corresponde aclarar que este estudio se trata tan solo de un recorte de los
tantos interrogantes y alternativas que «El Eternauta» deja abiertas. No
obstante se espera que la lectura de la misma lleve a plantear nuevas preguntas
y así contribuir en el avance del conocimiento en esta materia.
Herramientas teóricas
Las categorías útiles para abordar el
tema son las siguientes:
Intelectual
Se tomará la definición de
Bourdieu, para quien el intelectual es aquel que posee un capital específico,
el capital simbólico «como capital de reconocimiento o de consagración,
institucionalizado o no, que los distintos agentes o instituciones han podido
acumular», que le confiere un poder simbólico, «poder de construcción de la
realidad que tiende a establecer un orden gnoseológico: el sentido inmediato
del mundo (y en particular del mundo social)».
Por tanto, consideraremos
intelectual a aquel que por poseer un capital simbólico (capital de
reconocimiento o de consagración), es decir, un saber especializado elabora
dentro del campo de la producción cultural concepciones acerca del mundo social
que, consagradas como dominantes al cabo de la lucha simbólica, intentará
imponer al conjunto social, con el objeto de asegurar su integración.
Para este autor, los intelectuales son
indispensables para las luchas sociales, especialmente en el presente dadas las
formas que la dominación asume, y se vuelve casi una imposición para ellos, (artistas,
escritores, científicos, etc.) ingresar a la acción política sobre la base de
su competencia en sus áreas de especialización.
En la historieta se diferencian
claramente dos tipos de intelectuales. Por una parte, Favalli que es profesor
de Química, formado en el núcleo de las ciencias duras, y que manifiesta una
sorprendente capacidad analítica, es capaz de comprender y de observar
globalmente las situaciones que se presentan y de plantear con claridad
soluciones y alternativas al grupo. Es sin duda de entre todos, el estratega,
que logra imponer al grupo su cosmovisión, de manera tal que sus compañeros la
aceptan y la adoptan como estrategia válida. Es sin dudas el hombre
que representa la praxis, es quien moviliza al resto a la acción. En este
sentido, Bourdieu plantea que los intelectuales «tienen un poder
específico, el poder simbólico de hacer ver y de hacer creer, de llevar a la
luz, al estado explícito, objetivado, experiencias más o menos confusas,
imprecisas, no formuladas, hasta informulables, del mundo natural y del mundo
social, y de ese modo de hacerlas existir».
Por su parte, Mosca es periodista,
historiador, su formación profesional lo habilita para ser el cronista de la
invasión y la resistencia, y es este el rol que ocupa dentro del grupo. Su
aporte es el de un mero observador que pretende contar la historia a la
posteridad, pero que no se involucra en la acción cotidiana ni plantea
estrategias para seguir, como sí lo hace Favalli.
Industria cultural
La industria cultural es la producción
de estrategias para crear objetos o símbolos culturales (costumbres,
tradiciones, etc.) con el fin de ser consumidos. Y durante su auge, a mediados
del siglo XX, fueron el cómic y el cine estadounidenses, sus medios de difusión
más conocidos. Se analizará el concepto de industria cultural desde la
perspectiva de la Escuela de Frankfurt, es decir, será una mirada que resalte
la estandarización y la vacuidad
social de la
industria cultural y sus productos, y sospeche que en el campo de la cultura la
mayor difusión de bienes está acompañada, de modo perverso, por un simétrico
debilitamiento de sus patrimonios, circuitos y tradiciones seculares. La
industria pauta históricamente la declinación de los grandes patrimonios
culturales de Occidente y su llana conversión en mercancía, y convertida en un
valor de cambio, disolverá la autenticidad y la supuesta potencialidad crítica
que podía residir en el acto cultural. Así, producidos, distribuidos y
consumidos como mercancías, los bienes culturales se transforman en promotores
de conformismo, identificación pasiva, estandarización, degradación, pérdida de
goce y mera reproducción del sistema en su más cruda versión de dominio
capitalista burgués.
Sin embargo, en el caso particular
de «El Eternauta» observamos que si bien como producto es creado y distribuido
según las normas de la industria cultural, hay en la historieta grietas discursivas que no reproducen la lógica antes
expresada. Entre otros elementos, el típico héroe individual, con poderes
sobrenaturales, que deja su lugar en la historieta a uno colectivo, popular,
más cercano a un luchador social que a un superhombre.
Hegemonía
Se tomará el concepto desarrollado por
Gramsci, quien lo define como una síntesis entre dirección y dominación, entre
consentimiento y fuerza, que debe ser entendida en dos sentidos: como capacidad
de un determinado grupo para dirigir a sus aliados, y como acción de fuerza
contra los adversarios. Un grupo social podrá ser hegemónico si individualiza
los rasgos fundamentales de la situación histórica concreta para hacerse
protagonista de reivindicaciones de otras clases. Un Estado logra ser
hegemónico si articula un complejo de actividades práctico-teóricas mediante
las cuales la clase dirigente no solo mantiene el dominio sobre las otras
clases, sino que también obtiene el consenso activo por parte de estos. La
hegemonía se construye en la articulación entre coerción y consenso, entre
dominio y dirección intelectual y moral.
Este concepto será de gran utilidad
para analizar las estrategias de construcción de hegemonía de los Ellos,
quienes claramente intentan imponer su orden de cosas al mundo entero, mediante
su poder armamentístico, su gran inteligencia, su dominio de los medios de
comunicación, entre otros elementos. También será útil para estudiar el propio
grupo humano que encarna la resistencia, analizándolo primero como un grupo
contrahegemónico, pero también para poner luz a las relaciones de poder que
operan en el interior del mismo, y que llevan a la definición de estrategias de
acción. Considero que indagar en la manera en que se construyen estas
relaciones permitirá analizar con mayor riqueza el fenómeno planteado.
Poder
Se tomará la definición de Foucault,
contrapuesta a la visión tradicional del poder centralizado en el Estado o
ejercido por un soberano. Para Foucault se trata de un poder indescriptible,
heterogéneo, difuso, que atraviesa los cuerpos y las prácticas. Es una
operación que se ejerce sobre los cuerpos en términos de disciplinamiento:
modelar conductas y disciplinar en términos de conocimientos. Debe analizarse
como algo que circula, que solo funciona en cadena. Nunca se localiza aquí y
allá, nunca está en manos de algunos, nunca se apropia como una riqueza o un
bien. El poder funciona. El poder se ejerce en red, y los individuos circulan,
están siempre en situación de ejercerlo y de sufrirlo.
Desde esta concepción, se intentará
descifrar la manera en que se distribuye el poder en medio de la historia. No
se trata de un poder que poseen los Ellos y que los humanos tratan de
conquistar. Es un poder que se dispersa en todas las estrategias que los
actores plantean, que asume diversas formas, y que se traduce en tipos de
disciplinamiento determinados, en concepciones sobre lo que está bien y lo que
está mal, lo que es correcto y lo que no lo es, lo que es posible y lo que no
lo es. Desde aquí, trataré de desmenuzar esas formas particulares que el poder
asume, alejándome un poco de la discusión sobre dónde está ubicado, para dar
paso a las maneras en que el mismo actúa sobre los cuerpos, las mentes y las
prácticas.
Héroe
En todas las épocas han existido
esos grandes hombres que sobresalieron por poseer
características a veces sobrenaturales, otras «se humanizan y constituyen la
más alta realización de un poder natural, como la astucia, la rapidez, la
habilidad bélica o incluso el simple espíritu de observación»[6]. La industria cultural, en auge
a partir de la segunda guerra mundial, se apoderó de la vida de estos
superhombres convirtiéndolos en productos de mercado, primero a través del
cómic y luego del cine, y asociándolos directamente con los valores
occidentales dominantes. El héroe en este sentido, se encarna en una fuerte
figura individual, casi omnipotente, que dedicará su existencia a defender a
los débiles y a los oprimidos, aunque sin pretender cambios en el status quo.
En el caso de «El Eternauta I» se
sostiene que el héroe adopta características muy diferentes, emergido casi en
contraposición al héroe solitario anterior, es «el hombre con familia, con
amigos... El héroe verdadero de “El Eternauta” es un héroe colectivo, un grupo
humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único
héroe válido es el héroe en
grupo, nunca el héroe
individual, el héroe solo».
Breve estudio preliminar sobre el héroe
El héroe en la historia
En la antigüedad el héroe fue
considerado una divinidad, por sus características y poderes sobrenaturales,
que influían en la vida de los hombres, decidiendo sobre sus destinos. En esta
era llamada pagana, podríamos mencionar a Grecia, con su
«Iliada» y «Odisea», y a la mitología escandinava donde surge Odín, su figura
principal. «La divinidad es la primordial, la más antigua forma de heroísmo».
En las tempranas épocas de la historia
humana, cuando los códigos de convivencia no superaban la violenta idea de la
ley del más fuerte, y las sociedades eran apenas grupos de hombres y mujeres
sin más conocimiento que el que proporcionaban sus sentidos naturales, «el
culto de los héroes lo considero como el gran elemento modificador en el viejo
sistema de raciocinar. Lo que llamamos intrincado embrollo del paganismo debió
su origen a diversas causas, cualquier adoración a una piedra, a una luz, pero
el culto del heroísmo es la raíz madre».
Acaso como una manera incipiente de
organización, acaso como otra de las tantas necesidades humanas simbólicas, la
admiración y la sincera sumisión hacia otra forma humana más divina y más alta,
esta devoción ¿no es la base de las demás creencias religiosas? ¿no es esta
lealtad la que posteriormente requerirán los Estados-Nación y los consagrados
cultos a nivel mundial? Luego el héroe se va transformando en un profeta, en un
conquistador, en un hombre de fe pero también de armas, en un hombre que con
sus diatribas convence a sus allegados, que lentamente propagan su voz.
Dejan entonces sus
características divinas,
para adoptar una figura de conquistador, y a la vez de predicador. Tal es el
modelo del héroe romano, y de Mahoma en el Islam. En el primer caso, sus
características veneradas estaban relacionadas con su fuerza y su capacidad
bélica en las contiendas imperiales por el nombre de Roma. Sus reconocidos y
sangrientos circos eran sitios donde podía encontrarse a estos héroes,
valientes y guerreros peleando contra esclavos, o tratando de dejar de serlo.
Tal vez lo que más se recuerde de aquel imperio, en la memoria popular, sean
sus avances en la ciencia del derecho, y sus héroes, capaces de librar batallas
contra cualquier pueblo para engrandecer Roma.
Mahoma, en cambio, es un
héroe-profeta, un hombre que mediante la palabra propaga los designios
de Dios, transformándose en un puente entre el Señor y los demás
mortales. Si bien es sabido que debió valerse de la espada para hacer triunfar
su voz, no fue esta lucha la que lo hizo héroe. «Acerca de la manera como
propagó su religión por medio de la espada se ha escrito mucho. [...] Pero si
hay que tomar esto como argumento de la verdad o de la falsedad de una
religión, confesaremos que contiene un error capital. Toda nueva opinión se
encuentra precisamente en una minoría formada por uno solo. Entre todos los
habitantes de la tierra, solo un hombre la cree y ese hombre está contra todos
los hombres».
Es posible que a medida que la humanidad
estudia su historia, ciertos personajes comiencen a ser vistos desde otra
óptica y resulte más complicado comprender sus méritos y sus modos de lucha.
Sin embargo, si no se estudia a cada ser humano en su contexto social,
político, cultural y económico, quizás los resultados, más allá del trabajo que
se haya realizado, no sean tan útiles al momento de analizar aquella época.
Pues, «no juzgaremos ni ensalzaremos los
principios morales de Mahoma como si fuesen siempre lo superior y lo más
refinado; pero sí diremos que existe siempre en ellos una tendencia al bien y
son fiel expresión y sentimiento de un corazón que aspira a todo lo grande,
bueno, verdadero y justo».
Con el avance de la historia, el héroe
va dejando de lado sus virtudes guerreras, pero acentuando
su predilección por la palabra, y de profeta se convierte en hombre
de letras, en poeta; ya no conquista por la espada, ni por iluminados sermones,
sino por talento literario, por creatividad, tan sorprendente para su época,
que sus semejantes los consideran héroes. «Shakespeare y Dante son santos de la
poesía; y realmente, si bien lo meditamos, podemos decir que su canonización ha
sido obra de los pueblos».
Aunque separados por años y kilómetros,
ambos han conseguido perdurar a través de los años como referentes
insustituibles al momento de iniciarse en el estudio de la literatura. «La
Divina Comedia», «Hamlet», «Romeo y Julieta» son algunos de los
escritos más importantes y a la sazón leídos por muchas generaciones, que han
convertido en héroes a estos geniales poetas. «El canto, como antes lo hemos
manifestado, es lo heroico en el discurso».
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El reconocimiento popular, que los canoniza, puede sintetizarse
de muchas maneras, una es la que afirma que Italia puede hablar por Dante, como
Inglaterra por Shakespeare. Si una nación considera que todas sus voces se
pueden encontrar en una y que ella hablará por todos, a pesar del tiempo y los
cambios, esa comunidad nunca será acallada ni ese héroe olvidado. La lenta pero
firme evolución de la imprenta propició en Europa una nueva religión,
denominada protestantismo, que nació en Alemania con la proliferación de las
biblias, antes propiedad exclusiva de las iglesias. Esta escisión dentro del catolicismo
fue llevada a cabo por un nuevo héroe: Lutero.
Su rol de sacerdote, y a la vez de
intelectual, le permitió producir una reforma sustancial en el credo,
pero sin abandonar la «Biblia». Escisión que aún hoy se mantiene, y
que en diversos países de Europa y también en Estados Unidos cuenta con miles
de fieles.
Sin duda es posible la aparición de
un hombre como Lutero, porque algunos adelantos tecnológicos dieron lugar a la
generación de procesos sociales y culturales, que generaron modificaciones en
sus prácticas cotidianas, y también en el modo de profesar su fe. «El
protestantismo es la gran raíz de donde procede toda la subsiguiente historia
de Europa, ya que lo espiritual se incorporará siempre en la historia temporal
de los hombres. [...] El derecho de libre examen (de conciencia) subsistirá en
pleno vigor mientras existan en el mundo hombres verdaderos», como Lutero,
podríamos agregar.
Como todo proceso social y político de
relevancia, también el Iluminismo produjo sus héroes, hombres de razón, no de
fe. O de una fe diferente a la religiosa, una fe centrada en el futuro de la
humanidad basada en el progreso y en las soluciones que brindaría la ciencia en
su completo desarrollo. De aquí surgen hombres que se caracterizaron no sólo
por sus ideas, sino también por cómo las escribieron, ya sea por estilos como
por géneros: Rousseau y Voltaire. Con respecto al primero, su obra «El contrato
social», «fue el libro menos leído hasta la revolución francesa. A partir de
entonces, su suerte cambió radicalmente y todos los ciudadanos lo leyeron y lo
aprendieron de memoria».
Convirtiéndose así en un héroe
/mito de la revolución. Tal vez su obra lúcida y valiente, su continua
preocupación por la realidad y por asentar sus principios sobre los hombres tal
como son, basándose en una «utopía realista, que se encarna con la historia,
que ha existido realmente, que se puede situar en un tiempo y en un espacio
concretos», lo conviertan en un hombre admirado y estimado por sus iguales,
aunque por sus características y sus ideas, Rousseau, poseía menos iguales que
adoradores.
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Con respecto al segundo, Voltaire, con
sus «Cartas filosóficas» y sus obras de teatro, también conoció la fama y el
prestigio brindado por el clamor de sus coterráneos, y como hombre de letras también
fue «un héroe escritor [...] y mientras subsista el arte maravilloso de la
escritura, puede asegurarse fundadamente que continuará siendo una de las
principales formas de heroísmo que legaremos a las edades venideras». Allí
reside pues el heroísmo de ambos.
Este profundo cambio que significó la
revolución francesa, trajo consigo tiempo después, otro tipo de héroes, que se
identificaron por su nuevo concepto de conquista imperialista, por su intención
de restablecer algunos viejos conceptos que habían sido cuestionados por la
revolución, como la religión, que debía volver a ser un elemento central en la
construcción de las sociedades. Hombres como Napoleón, encarnan estos héroes
del siglo XIX. «Al jefe, al capitán, al superior, al que asume el mando, al que
está por encima de los demás hombres; aquél a cuya voluntad deben estar
subordinadas todas las otras [...] para nosotros representa prácticamente el
compendio de las varias formas de heroísmo». Napoleón sería aquí un compendio
de las virtudes de todos los héroes, porque a la valentía de un guerrero se le
suma la clarividencia de un profeta, la inteligencia, el dominio de la palabra
para persuadir y la convicción política para vencer.
«Había en aquel hombre, además de la
clarividencia, un alma para concebir y un corazón para ejecutar [...]todos lo
veían como el verdadero soberano [...] él se consideraba el más grande de todos
los hombres que durante muchos siglos habían existido». Es importante mencionar
que en todos estos héroes hay varias características que se repiten y que son
significativas al momento de su construcción como tales: orígenes humildes,
inteligencia superior, sinceridad, fe, y carisma. Por supuesto que en cada uno
de ellos hay alguna de estas cualidades que se manifiestan más que otras, sin
embargo todas forman parte en mayor o menos medida de ellos. A partir del siglo
XX la literatura fue dando a luz nuevas formas de remplazar la mitología
religiosa, en gran medida por causa de los espectaculares avances de la ciencia
por estos años.
La situación entre religión y ciencia se
volvió tan insostenible que la literatura debió inventar nuevos mitos, en
respuesta a los gigantescos cambios en el pensamiento que desencadenaban los
avances científicos. La ciencia-ficción ha dejado de ser lo que era, ya no
necesita de la ciencia para imaginar otros mundos. No hay acontecimiento o
tecnología que no puedan ser imaginados como experimentos realizados en algún
laboratorio secreto financiado por gobiernos en la vida real. La
ciencia-ficción en todo caso, sigue siendo ciencia-ficción pero gracias a otras
ciencias: las ciencias sociales, la ciencia política, la burocracia legal, la
sociología y sus derivados, como la publicidad y el marketing.
En sociedades tecnológicas,
cientificistas, pero altamente sociológicas, los héroes se convierten en un
nuevo arquetipo, y de la mano de la ciencia pasan a ser superhéroes. Son
tiempos en los que la heroicidad se democratiza: cualquiera puede ser un
superhéroe. Son seres humanos comunes y corrientes, sin ningún superpoder
especial otorgado por la providencia: una araña que les pica, una obsesión por
los murciélagos o unos padres de otro mundo. El científico que enfrenta a los
superhéroes aspira a conquistar el mundo, pero eso no es más que el reflejo de
una aspiración más profunda: ser capaz de dominarlo. Ser un superhombre. Esto
es, por primera vez en la historia la ciencia ha puesto en jaque a la religión.
Gracias a ella es posible saber que el trueno no es enojo de los dioses.
El
héroe popular argentino
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En nuestro país la construcción de los
héroes por parte de los sectores populares está íntimamente relacionada con las
carencias y las necesidades que estos padecen, tanto materiales como
espirituales. Existen héroes casi divinos como la Difunta Correa, Ceferino
Namuncurá, poseedores de poderes sobrenaturales, a quienes se venera por sus
milagros, y que en general son reconocidos luego de muertos.
Cuenta la leyenda que en
el año 1840, la señora Correa junto a su bebé, emprendieron una larga
caminata desde la provincia de San Juan hacia La Rioja, por problemas con el
gobernador. Como el trayecto fue más extenso y dificultoso de lo que esperaba,
debió detenerse acuciada por la fatiga y la sed. Consciente de que se moría,
pidió al cielo que diera vitalidad a sus pechos para que su hijo no muriese
como ella, de hambre y sed. Por eso, cuando unos arrieros se acercaron al cerro
sobre el que revoloteaban unos caranchos, hallaron al niño aún con vida,
bebiendo de los pechos de su madre muerta. Poco después, al conocerse
la desdichada historia, hombres y mujeres comenzaron a peregrinar a
su sepulcro, llevándole botellas vacías y ofrendas por su heroísmo; así comenzó
la devoción por la Difunta
Correa.
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El culto a Ceferino Namuncurá es uno de
los más importantes en nuestro país. Es recordado por su bondad, su
inteligencia, su condición de aborigen. La muerte lo encontró en Italia, con
apenas 18 años, cuando se preparaba en la orden católica. Sus restos regresaron
al país en 1924, y descansan en el Fortín Mercedes, en la provincia de Buenos
Aires, cerca de Bahía Blanca y hacia allí peregrinan miles de fieles para
solicitar su intercesión y cumplir con ex votos y ofrendas. En 1945 se inician
las gestiones para que sea beatificado, sin embargo hasta hoy la iglesia solo lo
reconoció como venerable, aunque prosigue la investigación de sus milagros.
Acaso la venta de sus estampas y oraciones en iglesias y en santerías católicas
sean un reconocimiento a su inquebrantable fe y a su enorme convocatoria en
todo el país.
Por otro lado, encontramos a lo
largo de la historia argentina, un tipo de héroe diferente, que encarna un
ideal de justiciero, de hombre que viene a aliviar la pesada carga de las
injusticias reiteradas, por fuera de la ley, pero beneficiando al pueblo con
sus tropelías y delitos. Los más renombrados son Bairoletto y el Gauchito Gil.
Luego de una infancia infeliz y de
algunos problemas con la ley durante su adolescencia, el gaucho Bairoletto,
allá por los comienzos del siglo XX, se convirtió en saboteador en la provincia
de La Pampa, y en sus inmediaciones. Sus tiroteos con la policía, sus asaltos y
sus donaciones, lo volvieron un héroe que ayuda a los pobres infringiendo la
ley. «Su existencia que adquiere carácter legendario y tiene honda repercusión
en el ámbito popular, llega a configurar un verdadero mito». En sus andanzas la
gente lo ayuda a huir, le hace llegar mensajes cuando se refugia en algún
monte, le proporciona alimentos. Y Bairoletto, que no era codicioso acrecienta
su personalidad al convertirse en un vengador del sufrimiento de sus amigos,
que por cierto no eran pocos.
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Ya en la década del treinta, su fama era
tal que no había robo o delito que no se lo adjudicaran a él, pero gracias al
pueblo consigue escapar de las pesquisas y de las trampas organizadas por los
estancieros y la policía. Pero el 14 de septiembre de 1940 en General Alvear,
es sorprendido en una emboscada numerosa y en horas de la madrugada, cae muerto
el último gaucho romántico. Como un anuncio de lo que sería luego el mito, a su
entierro asistieron miles de personas de varias zonas del país, transformando
su sepulcro en un santuario popular. De similares características a Bairoletto,
pero en Corrientes y a mediados del siglo pasado, el Gauchito Gil se hizo
conocido también por desarrollar actividades delictivas, y por repartir luego
entre los pobres el botín obtenido. Ayudado por el pueblo y perseguido por los
hacendados y la policía, consigue realizar unos cuantos robos significativos,
pero luego es interceptado y degollado por las fuerzas de seguridad, en la
plaza central.
El tiempo y los pobladores le fueron
dando forma al mito que hoy convoca a muchos fieles, que no solo concurren a su
sepulcro, sino que a la vera de cualquier ruta han construido numerosas ermitas
en su memoria. Cabe destacar que en su mayoría, tanto los santos como los gauchos, surgieron en
pequeños poblados, en villas alejadas, o en el campo, y que son de origen
popular. Quizás esto se deba, en el caso de los denominados santos, a que la
religión católica no ha sabido (o no ha querido) modificar su dogma para dar
lugar a requerimientos de fe diferentes, y entonces ese lugar lo hayan
ocupado santos autóctonos,
acaso más cercanos al
sentimiento popular que los que menciona la «Biblia». Lo cierto es que aún hoy
estos hombres y mujeres canonizados por el pueblo, no encuentran su sitio
dentro de la iglesia de Roma y suelen ser censurados por ella.
Los gauchos justicieros también deben su
origen al campo, como su nombre lo indica, por hallarse fuera de la ley, y de
alguna manera desafiando al orden establecido, robando a los hacendados y
donando lo que conseguían a quienes más lo necesitaban, y así se fueron
convirtiendo en leyenda, aún antes de muertos. Es importante señalar, que en su
mayoría cayeron abatidos en enfrentamientos con la policía, situación que
favorece su canonización como héroes mártires. La división en estos dos grupos
fue realizada con fines analíticos, en un intento por diferenciar fenómenos,
rasgos, características diferentes que presentan las canonizaciones populares,
según la historia particular de cada héroe; y también por hallar esencias y
elementos comunes en cada experiencia particular.
«El pueblo ha realizado
canonizaciones con la esperanza de que nuevos, y a veces, efímeros santos oigan
sus dramáticos ruegos». En todos los casos el tiempo fue ampliando el mito y
los llevó mucho más allá de su zona
de influencia y poco a poco se transformaron en leyendas a los
que muchos solicitan, hoy, favores y empleos, construyendo ermitas y santuarios
en los que las ofrendas, los pedidos y las muestras de fe crecen a diario.
El héroe y la industria cultural
A partir de la segunda guerra
mundial se producen algunos cambios y tendencias que afectarán y transformarán
radicalmente el tipo de héroe prevaleciente hasta entonces. De la mano de los
avances científicos, y de la aparición de nuevas ideas y formas de pensamientos
hegemónicos, estas tendencias serán percibidas como irreversibles.
El concepto de industria cultural
aparece como una importante clave para el análisis de estas modificaciones.
Emerge desde la Escuela de Frankfurt en un texto de Horkheimer y Adorno
publicado en 1947. Lo que contextualizó la escritura de ese texto es tanto la
Norteamérica de la democracia de masas como la Alemania nazi. Allí se busca
pensar la dialéctica histórica que partiendo de la razón ilustrada desemboca en
la irracionalidad que articula totalitarismo político y masificación cultural
como las dos caras de una misma dinámica. Sienta las bases para el estudio de
las masas como efecto de los procesos de legitimación y como lugar de
manifestación de la cultura en que la lógica de la mercancía se realiza.
A partir de un análisis de la
lógica de la industria cultural, «se distingue un doble dispositivo: la
introducción en la cultura de la producción en serie, sacrificando aquello por
lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social, y la
imbricación entre producción de cosas y producción de necesidades en tal forma
que la fuerza de la industria cultural reside en la unidad con la necesidad
producida; el gozne entre uno y otro se halla en la racionalidad de la técnica
que es hoy la racionalidad del dominio mismo».
En la sociedad industrial avanzada,
el progreso técnico se ha extendido hasta convertirse en el eje de la
dominación y la coordinación. Con esa función mediadora crea formas de vida y
reproduce un poder, que reconcilia a las siempre sensibles fuerzas antes
contestatarias del sistema de dominación que nos precedió, cuando derrota toda
protesta en nombre de la liberación (ubicándolas ahora como funcionales
al statu quo).
Por ende, el centro de los análisis críticos sobre esta formación social tiene
que centrarse en el diseño totalizante del aparato técnico y científico, que
tiene por función la dominación al obstaculizar con sus recursos la expresión
de la libertad individual. La función ideológica hace del accionar técnico un
accionar político, en tanto se vuelve justificador de un orden que no puede
modificarse, y vuelve impensables la elaboración de alternativas que propicien
un cambio en la correlación de fuerzas existente.
El héroe es tomado por la industria
cultural y convertido en un producto mercantil de consumo masificado, y
adquiere características específicas que resultan funcionales a la ideología dominante.
Se trata de la construcción de un héroe moderno que irá absorbiendo los valores
propios de las sociedades capitalistas avanzadas.
Al respecto Umberto Eco afirma: «La
industria de la cultura de masas fabrica los cómics a escala internacional y
los difunde a todos los niveles: ante ellos (como ante la canción de consumo,
la novela policíaca y la televisión) muere el arte popular, el que surge desde
abajo, mueren las tradiciones autóctonas, no nacen ya leyendas contadas al amor
del fuego, y los narradores ambulantes no se llegan ya a las plazas y a las
eras a mostrar sus retablos. La historieta es un producto industrial, ordenado
desde arriba, y funciona según toda la mecánica de la persuasión oculta,
presuponiendo en el receptor una postura de evasión que estimula de inmediato
las veleidades paternalistas de los organizadores. Y los autores, en su mayoría
reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los
mitos y valores vigentes».
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El
cómic: un héroe moderno
El cómic aparece en Estados Unidos
y en Europa al terminar el siglo XIX, y se introduce fuertemente en el
imaginario social de Occidente. La relación entre cine y cómics va a conformar
dos maneras de arte popular de gran impacto durante el siglo XX, gracias
a la creciente producción de historietas por parte de la industria cultural
norteamericana. De esta manera el cómic va transitando del mero acto
consumista y de diversión, al de esplendor de la mass media que se
acrecienta a partir del crecimiento mercantil y delsistema industrial.
Un aspecto relevante dentro del
desarrollo de la historieta es el apogeo del héroe con gran componente
narrativo que es propio de este género. Los más sobresalientes fueron Batman,
Superman, entre otros. Aquí el héroe del cómic adquiere características
sobrenaturales, al igual que los de la antigüedad, facultades que le
son negadas al hombre común, y que fomentan su valía. Cabe destacar que el
cómic por todo lo que representa y significa, ya por sus imágenes como por sus
personajes héroes han sido usados como vehículo de transmisión
de diversos mensajes, en particular en la propagación del american way of life (estilo
de vida americano), con su cosmovisión occidental, capitalista, y con una
marcada línea divisoria entre el bien y el mal. Se están transmitiendo en
definitiva los valores que sostienen el statu
quo de Occidente, entre los cuales el individualismo,
encarnado en estos héroes superhombres, es llevado a su más
alta expresión.
La historieta se ha convertido en
uno de los más grandes elementos de comunicación dentro del proceso de
globalización, al conocer todos a sus principales héroes. Los personajes se
convierten en héroes o aventureros al representar el mito norteamericano fuera
de Estados Unidos tanto en Asia, África, en el espacio intergaláctico, en
América Latina o precolombina, marcando así la diferencia con respecto a los
del primer cuarto de siglo que son personajes cotidianos y no de tipo
excepcional como los últimos. Los primeros se caracterizan por ser una
expresión de una sociedad confiada en el futuro y satisfecha de sí misma. En
cambio los otros demuestran una crisis de dicha fe al ser proyección de una
sociedad profundamente sacudida por el presente y temerosa del futuro. Ella
busca una salida a partir del sueño, mito, aventura, entre otros como modo de
evasión de la realidad social, siendo este el contexto propicio para que surja
el héroe como figura salvadora de todos sus males y conflictos.
Sin dudas podría trazarse una
historia social y cultural de Occidente estudiando los héroes de cada época,
con sus ideologías, sus temáticas, buenos y malos, sus vencidos
y vencedores. Sin embargo, este tema significaría otra tesis.
Héroes a la cabeza, antihéroes en la
sabana?
Veamos otra perspectiva de la construcción
o de los elementos de constitución.
Justicia,
cultura y cómics: filosofía y superhéroes
En apariencia, el mundo del cómic de
superhéroes vive una etapa dorada: los productos de merchandising se venden bien (a pesar de que su
precio es, en muchas ocasiones, elevado para el bolsillo medio), las grandes
editoriales (DC y Marvel) han relanzado con todo tipo de boato sus colecciones
más importantes y, por último, la industria del cine no cesa de producir
películas que se hacen eco de estos inmortales personajes. Y es que, como
asegura el guionista Grant Morrison en Supergods. Héroes, mitos e
historias del cómic, “Vivimos en las historias que
nos contamos”.
Sin embargo, y a pesar de tan
esperanzadores datos, las historias de superhéroes siguen rodeadas por un halo
de sospecha que pone en entredicho el papel de Superman, SpiderMan, Thor o
Wonder Woman en el mundo de la cultura. Podríamos decir, incluso, que los cómics de superhéroes se incluyen implícitamente en una suerte
de “subcultura” en la que prima la espectacularidad y se
prescinde del rigor propio de lo que, en otro tiempo, se denominó “alta
cultura”.
Nadie negará, desde luego, que la industria del cómic
estadounidense mueve muchos millones de dólares a lo largo y ancho del mundo en
pos de una espectacularidad que en ocasiones tan sólo esconde productos hueros,
vacíos, carentes de valor propiamente cultural. Pero tampoco habrá quien se
atreva a insinuar que no ocurre lo mismo en otros ámbitos de esa llamada “alta
cultura” (emporios editoriales, teatros de gran postín, macro salas de cine,
etc.). Aunque las comparaciones sean odiosas, en este caso es necesario
preguntarse por qué en el caso de los cómics este dato parece constituir un
impedimento para que las historias que los propios cómics contienen no sean
consideradas parte del devenir cultural más egregio y fundamental.
No hay quien desconozca que las
camisetas con el emblema de Superman, las películas de SpiderMan o la
construcción de un parque temático que tenga como protagonistas a los
superhéroes pone en movimiento un flujo de dinero incalculable. Pero quizás más
de uno se sorprendería al saber, si tenemos en cuenta la
fachada casi divina que cobija a la “alta cultura”, que las grandes
superficies comerciales que tienen como objeto de negocio la venta de libros,
venden –a la vez, e incluso con más fruición que los propios libros– todos y
cada uno de los espacios de sus locales a las editoriales de turno que, por su
parte, desean poner en circulación sus últimas novedades (desde escaparates y
catálogos de Navidad o verano, pasando por alfombras con la imagen de portada,
hasta inmensos carteles que dan la bienvenida al cliente bajo la rúbrica “No te
pierdas el último best seller de Fulanito o
Zutanita”). No hay ni que decir que, por ejemplo, los pequeños editores tienen
un acceso más dificultoso a tales plataformas publicitarias, lo que redunda en
el beneficio de los más importantes imperios editoriales. El libro del que más
copias se venden, como sabe el lector más o menos avezado, no es el de mayor
calidad literaria (una norma que se cumple en un porcentaje insultantemente
alto), sino el que cuenta con un mayor apoyo económico/logístico para darlo a conocer
a un amplio público.
Y lo mismo ocurre en el caso de las
salas de cine, lo que está llevando –como hemos comprobado recientemente– al
cierre exponencial de locales emblemáticos que apostaban por las iniciativas
independientes y que evidentemente no pueden luchar contra las grandes salas de
cine comercial. Ni siquiera las otrora salvíficas ayudas estatales, cada vez
más escasas (por no decir inexistentes), pueden hacer nada contra esta
anunciada debacle. Quizás podamos recordar en este contexto las palabras
de V de Vendetta (que son, en realidad, las de un
Alan Moore obsesionado con el concepto de “inconsciente social”):
Hemos tenido una serie de estafadores, fraudes,
mentirosos y lunáticos que han tomado una serie de decisiones catastróficas.
Eso es un hecho. Pero ¿quién les eligió? ¡Fuiste tú! ¡Tú quien nombró a esta
gente! ¡Tú quien les dio el poder de tomar decisiones en tu lugar! Aunque
reconozco que cualquiera puede cometer un error una vez, cometer los mismos
errores fatales siglo tras siglo me parece simplemente deliberado” (V de
Vendetta, Libro 2, Cap. 4).
Pero por suerte no todo son puntos negros en el
panorama del cómic de superhéroes. Sí es cierto que, gracias a la popularidad
que el cine ha dado a estas figuras en los últimos veinte años (hasta los 90
las películas sobre superhéroes aparecían con cuentagotas, aunque quizás eran
narrativamente mucho más ricas que las actuales), las librerías especializadas
en este género, así como los ensayos de corte teórico que se hacen eco de las
historias de nuestros protagonistas, han crecido de manera llamativa. No sólo
se venden cómics, sino que los seguidores de las historietas de superhéroes
demandan, con una creciente necesidad, material con el que poder complementar
la lectura de los propios tebeos (uso en este artículo e indistintamente,
aunque no sea del todo correcto, las palabras “cómic” y “tebeo”).
A este respecto existe un
título imprescindible para los seguidores de las aventuras de los superhéroes.
Se trata del maravilloso libro de Grant Morrison (afamado
guionista que ha trabajado tanto para DC como para Marvel) Supergods. Our World in the Age of the Superhero, que
Miguel Ros González ha traducido como Supegods. Héroes, mitos e
historias del cómic, publicado en Turner. El título es ya de
por sí elocuente, y si ojeamos el contenido de la obra veremos con no poca
sorpresa que el volumen se inaugura con una cita del mismísimo Nietzsche en Así habló Zarathustra:
“Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia!”.
Así resumen el objetivo de esta obra imprescindible
(¡500 páginas de historia y ensayo sobre superhéroes!) el propio Morrison:
El presente libro es la guía definitiva para el mundo
de los superhéroes: en ella veremos qué son, de dónde viven y cómo pueden
ayudarnos a cambiar nuestra percepción de nosotros mismos, de nuestro entorno y
del multiverso de posibilidades que nos rodea. Prepárense para quitarse el
disfraz, susurrar las palabras mágicas e invocar al rayo. Es hora de salvar el
mundo.
Mucho se ha relacionado, a mi
parecer erróneamente, el Übermensch nietzscheano con
Superman, quizás por la similitud nominal entre las palabras “superhombre” y el
principal apelativo del Hombre de Acero. Sin embargo, lo que los superhéroes
contienen de “superhombre” (o “supermujer”) es que sus figuras parecen
encontrarse más allá del bien y del mal. En ellos, las categorías morales
tradicionales quedan desdibujadas porque, precisamente, las proezas que llevan
a cabo ponen en entredicho nuestra manera de evaluar moralmente una acción. Y
lo que es más importante: salvo excepciones, a los superhéroes parece no
importarles quebrantar la ley si con ello se salva la justicia. A este respecto
cabe desarrollar una breve digresión.
En el difícil contexto que vivimos
–plagado de desahucios, subidas fiscales, deplorables casos de corrupción, y caracterizado
por la aparición de numerosos movimientos sociales–, la población acude al
Estado para defender las libertades y derechos adquiridos a lo largo de las
últimas décadas. Sin embargo, los ciudadanos no siempre encuentran el respaldo
esperado en las leyes, y denuncian que la Justicia, con mayúscula, ha pasado a
estar de parte de los más poderosos; así hacen suyo uno de los pensamientos
fundamentales que Aristóteles expuso en el Libro
I de la Política: “algunos convierten todas las facultades en crematísticas,
como si ese fuera su fin, y fuera necesario que todo respondiera a ese fin”. En
este sentido, Grant Morrison asegura en Supergods. Héroes, mitos e
historias del cómic, que:
… las historias de superhéroes se destilan en los
niveles supuestamente más bajos de nuestra cultura, pero, al igual que la base
de un holograma, contienen en su interior todos los sueños y miedos de
generaciones enteras, en forma de intensas miniaturas. […] Nos dicen dónde
hemos estado, qué temimos y qué deseamos, y hoy en día son más populares y
están más generalizadas que nunca, pues siguen hablándonos de lo que de verdad
queremos ser.
Una de las cuestiones más debatidas a lo largo de la
historia del Derecho, la Filosofía o la Sociología, y que aún levanta ampollas,
es la de si el Estado debe encargarse no sólo de impartir justicia, sino
también de infundir moralidad en los corazones. Pero, a la vista está, parece
imposible esperar por parte de ciertos dirigentes esa anhelada justicia ni, por
otro lado, demandar al Estado que imparta un “magisterio moral” que, en muchas
ocasiones, no está en disposición de ofrecer por las propias contradicciones en
las que el poder se ve envuelto.
Si recordamos por un momento las
enseñanzas de Kant, veremos cómo en el apéndice a
su escrito Sobre la paz perpetua no duda
en afirmar que la auténtica política no debería dar un paso sin haber rendido
antes pleitesía a la moral: “y aunque la política es por sí misma un arte
difícil, no lo es, en absoluto, la unión de la política con la moral”. Algunas
líneas después se muestra incluso más tajante: “El derecho de los hombres debe
mantenerse como cosa sagrada”, por muchos que fueran los sacrificios
–puntualiza– que tuviera que hacer el poder dominante para mantener tal
sacralidad. Así, en última instancia, como parece desprenderse de lo que
Kant explica, la política debe obedecer al Derecho… siempre que éste, como
deseaba el filósofo de Königsberg, encontrara su base en la moralidad (y por lo
tanto, en el deber).
Es aquí, quizás, donde resida uno de
los puntos fuertes de las historias de superhéroes, que pueden convertirse en
un curioso aliado a la hora de mostrar cómo justicia y ley se contraponen a
veces como el día y la noche. Lo que distingue a los superhéroes de las
“personas reales” es que no se limitan a defendernos de una amenaza inminente,
sino que tratan además de participar activamente en la detención de los
criminales cuando éstos no han cometido aún sus fechorías. Si echamos un
vistazo a la Gotham City de Batman,
podríamos reconocer en ella un insospechado retrato (por ejemplo) de la
parcialidad de los tribunales de justicia actuales, tantas veces hermanados o
en triste comadreo con la fuerza gobernante. Y es que, como Nietzsche recuerda
en numerosos pasajes (en contraposición a las enseñanzas de Kant más arriba
señaladas), seguir la moral vigente no quiere decir que, de hecho, se actúe
moralmente. Y es ésta una de las principales enseñanzas de los cómics de
superhéroes. Como señala Morrison en Supergods,
Ni siquiera necesitaba que [Superman] fuera real […]:
Superman es un producto de la imaginación humana resistente, un emblema
perfecto de nuestros yoes más altos, más amables, más sabios y fuertes. Con
Superman y los demás superhéroes, el ser humano creó unas ideas invulnerables a
todo daño, inmunes a la deconstrucción, elaboradas para superar a los genios
diabólicos, concebidas para hacer frente al Mal en estado puro y, de alguna
manera, y contra todo pronóstico, salir siempre vencederas.
Si seguimos con Batman, observamos
cómo en ocasiones (en demasiadas ocasiones…) sus acciones se ven cuestionadas e
incluso refrenadas por las autoridades policiales: es decir, quedan al margen
de una autorización oficial. Pero este tomarse la justicia por
su mano, este quebrantamiento de las leyes por parte del Caballero
Oscuro, se hace en nombre no de una justicia particular, sino de la Justicia
tomada como ideal al que tender. Batman nos insta a preguntarnos por qué ha de
permitirse que las estructuras sociales más fuertemente establecidas (tantas
veces empleadas en beneficio de unos pocos) han de suponer un estorbo para la
consecución de lo justo. Volvamos a citar al inmortal V de Vendetta de Moore:
¡Fuera con los destructores! No tienen cabida en
nuestro mundo mejor. Pero brindemos por todos nuestros terroristas, nuestros
bastardos, los más desagradables e imperdonables. Bebamos a su salud… para no
verlos nunca más (V de Vendetta, Libro 3, Cap. 5).
Es inútil discutir con quienes
arremeten contra la vigencia e importancia cultural de los cómics de
superhéroes… pero que, curiosamente, nunca han tenido uno entre sus manos.
Quien no ha podido deleitarse con los extraordinarios paisajes futuristas de la
Asgard de Thor, la oscuridad de Gotham, la delicada belleza de Isla Paraíso o
la luminosidad de Metrópolis, y no digamos con los problemas políticos de Thor,
los dilemas morales de Batman o SpiderMan, o el interesante contraste entre los
argumentos que presentan superhéroes y villanos, quien no se haya enfrentado en
definitiva a la lectura de un cómic de superhéroes, no está en disposición de
emitir un juicio sobre la relevancia cultural de tales historias. Explica un
emocionado Morrison en el capítulo final de Supergods que:
Amamos a nuestros superhéroes porque se niegan a
fallarnos. Podemos analizarlos y decir que no existen, podemos matarlos,
prohibirlos, mofarnos de ellos, y aun así acabarán volviendo, para recordarnos
pacientemente quiénes somos y quiénes desearíamos poder ser. Son una
poderosísima idea viva. […] Las historietas de superhéroes despertaron mi
potencial interior, me dieron las bases de un código ético en el que aún creo,
inspiraron mi creatividad, […] me ayudaron a comprender la geometría de
dimensiones superiores y me alertaron de que todo es real, especialmente
nuestras ficciones.
Porque, es importante señalarlo, los
cómics de superhéroes no son las películas que sobre ellos se producen, ni los
parques temáticos ni el merchandising; los
cómics son tinta, dibujos, papel y diálogo. Son la ilusión del lector que acude
cada semana, cada mes, cada trimestre, siempre puntualmente, a adquirir el
siguiente número de las aventuras de su personaje favorito. Unos personajes
que, a pesar de haber pasado por las manos de cientos de dibujantes y
guionistas, perduran como símbolos inquebrantables de valores que, precisamente
por su carácter inalcanzable, suponen un ideal al que aspirar. Los superhéroes
nos recuerdan que somos seres “intermedios”, seres siempre “a mitad de camino”.
Grant Morrison concluye Supergods con
esta sugerente cita de Pico Della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre:
No te hemos hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal
ni inmortal, de suerte que seas tú mismo, artesano libre y orgulloso de tu
propio ser, quien pueda moldearse según sus preferencias. Estará en tu mano
descender a la condición inferior de bruto, así como ascender de nuevo a la
condición superior, que es divina, extraída del juicio de tu ánimo.
Pero ¿por qué esa fascinación por estos
personajes de ficción? Hace más de veinte siglos, griegos y romanos poseían un amplio elenco
de dioses que ejercía no sólo una función religiosa, sino también ideática,
evocativa, mediante la que quedaban reflejados ciertos cánones frente a los que
el hombre se hallaba en una relación de aspiración (fuerza,
astucia, inteligencia, belleza, etc.). Sísifo o Prometeo, por ejemplo,
intentaron llegar a asimilarse a aquellas divinidades más de lo que les estaba
permitido, hiriendo el orgullo de los dioses –siendo finalmente castigados por
éstos a causa de una suerte de pecado de lo que en griego se denominaba hybris (una falta de mesura por la que se
intentaba superar la condición humana)–. Aunque
pueda parecer extraño, aquellas divinidades que ya tan lejanas quedan tienen
mucho que ver con los superhéroes contemporáneos. De hecho, algunas de estas
figuras continúan haciendo alusión a antiguas historias mitológicas,
como en el caso de Thor.
En general, tendemos a forjarnos un
modelo o ideal que admiramos y sobre el que podemos establecer un marco de
referencia para cotejarlo con el fondo de nuestras acciones. Indagamos así el porqué de nuestro hacer a partir
de un canon que no siempre posee un origen autónomo -producto de reflexiones
propias- sino que proviene de organismos, instituciones y empresas que nos
sugieren un camino o guía de actuación “apropiado”.
Schopenhauer escribía en el Capítulo 70 de
los Complementos al Libro Cuarto de El mundo como voluntad y
representación que el mundo es el reino de la necesidad (das Reich der Natur), mientras que la libertad es el
reino de la gracia (das Reich der Gnade), haciendo
alusión a la Tercera Antinomia de la Crítica de la razón pura de
Kant. Más allá de lo que la filosofía pudiera aportar en este debate sobre qué
nos atrae de los superhéroes, me quedaré en lo superficial explicando que
aquella distinción entre “libertad” y “necesidad” se hace especialmente
relevante para sacar algo en claro en el tema que nos ocupa.
El ser humano se ve constante y
radicalmente avasallado por los problemas que le rodean: hambre, escasez de recursos,
enfermedades, muerte, conflictos raciales, guerras, etc. Una persona normal y
corriente es incapaz de enfrentarse a tales problemas de una manera definitiva,
esto es, encarando la situación aplicando –primero- la reflexión, y después,
empleando los medios que tiene en sus manos para solucionar lo que en tal o
cual momento le inquieta. Violaciones, robos, maltratos, atracos, raptos,
terrorismo… nada de ello nos apabulla realmente hasta el momento en que la
Providencia decide someter a prueba nuestro Destino. Sin necesidades de rajarse
las vestiduras, podemos afirmar que somos animales absolutamente
egoístas, inclinados a defender nuestras posesiones más queridas. En
el capítulo III (“La lucha por la vida”) de El origen de las especies de Darwin leemos: «esta regla no tiene excepción:
todo ser orgánico se aumenta naturalmente en una proporción tan alta, que si no
se le destruyera pronto, la tierra estaría cubierta por la progenie de una sola
pareja».
El origen de los superhéroes en la
edad moderna (recordemos que el auténtico boom de estas
historias se remonta a la década de 1920, cuando el mundo dejaba atrás una
guerra absolutamente sangrienta) puede adscribirse a la fascinación que nos
invade al admirar al ser –humano o sobrehumano– que es capaz, primero, de
superar aquel egoísmo, y después, de ser siempre (aquel
anhelo de Unamuno que tantas almas ha desgarrado). Y no nos referimos
aquí a la inmortalidad, sino a aquella ambición de la que Aquiles es merecido representante: elegir una
muerte temprana en pago de una fama eterna. No importa que sea Batman el que
salve Gotham, o que un soldado muera al entregarse a los enemigos con la
promesa de salvar a mil de sus compañeros: en todas las historias de
superhéroes observamos la superación del egoísmo y la gloria perpetua. En
definitiva, el superhéroe no queda en ascuas frente a la presencia
de un problema: no delibera, no piensa y olvida, no quiebra su
voluntad frente a posibles interferencias. Sólo actúa. Y lo
hace a sabiendas de que el hombre es incapaz de resolver la tesitura en la que
se halla: poner en orden sus entrañas, es decir, redirigir pensamiento y acción en una
única dirección.
Podemos aquí citar alguno de
los fragmentos de la Crítica de la razón práctica de Kant. La pregunta “¿qué haría Superman, Batman,
Daredevil, etc., si estuviera en mi situación?” ya se prefijó hace más de dos
siglos: “La ley moral […] descalifica totalmente la influencia del amor propio
sobre el supremo principio práctico e inflige un quebranto inconmensurable a
esa vanidad que prescribe como leyes las condiciones subjetivas del amor
propio. Y lo que socava nuestra vanidad, a nuestro propio juicio, humilla.
Por lo tanto, la ley moral humilla inevitablemente a cualquier ser humano,
cuando éste compara con dicha ley la propensión sensible de su naturaleza”
(A131-132). ¿A quién le extrañaría cruzarse con Superman mientras, debajo
de un gran olmo, lee y estudia a Kant subrayando sus libros con intensidad?
En The Dark Knight Returns (Libro
3), Batman dirige a Clark Kent estas palabras: “Tú siempre dices que sí, a
quien veas con una insignia o con una bandera… Nos has
vendido, Clark. Les has dado el poder que
debería haber sido nuestro. Justo lo
que te habían enseñado tus padres. Mis padres me enseñaron otra lección:
tirados en esta calle, agitados por la brutal conmoción… muriendo por nada… me
enseñaron que el mundo sólo tiene sentido cuando lo obligas”. Esta cita, que en
apariencia puede representar nada más que la reaparición del trauma del hombre
murciélago, pone de manifiesto una serie de cuestiones reveladoras a la hora de
analizar nuestro gusto por los superhéroes.
Los superhéroes presentan como rasgo
constitutivamente humano el verse continua y
radicalmente avasallado por los problemas que
les rodean. Lo importante aquí es hacer hincapié en el “se”, en el cobrar
consciencia de que en nuestro
hacer nos sentimos -a la vez de nuestro ser bomberos, policías, taquilleros de
cine, periodistas, etc.- a la vez, digo, nos sentimos menesterosos: a raíz del hacer surge la pregunta del
“por qué”. Por qué hice esto o aquello, por qué él se comporta así, por qué no
soy de otra manera, por qué Dios es tan malvado, por qué, por qué, por qué…
Aquella menesterosidad viene dada por la necesidad de dar
razón de nuestro comportamiento, tanto a nosotros mismos
como a los demás. En este sentido, los superhéroes toman la
forma de nuestros miedos, de nuestras esperanzas, de nuestras expectativas:
la diferencia verdaderamente sustancial entre aquéllos y nosotros es su
decisión de actuar, están decididos a formar parte de la forja de su
propio destino. Fabrican su propia historia, e incluso pueden ayudar a modelar
la de los demás: se toman en serio lo que son. A este respecto, Schopenhauer
escribía en uno de sus diarios de juventud (1816): “una naturaleza armónica consigo misma es un hombre
que no quiere ser sino como es […]. [L]a mayor contradicción consist[e] en
querer ser de otro modo a como uno es”.
Ya antes recordábamos a Aquiles
y en general la mitología griega como posible telón de fondo para reinterpretar
el papel de los superhéroes en la sociedad actual. Sin embargo, quiero ahora
distinguir de manera muy clara dos categorías enteramente diferentes y que
suelen dar lugar a equívocos en este contexto: lo “superior” y lo “heroico”.
Que un personaje de ficción -e incluso real, si traemos a la memoria a ciertos
atletas o genios de la historia- sea superior en
algún sentido no quiere decir que por ello haya de ser heroico. La heroicidad ha de
conquistarse en múltiples y reiteradas batallas libradas no
sólo contra “los malos”, sino con-tra uno mismo:
el verdadero héroe saca de sí la fuerza para existir tal y como es, sin
inventar artificios ni restando valor a sus obras, lo que nos recuerda al to meson de Aristóteles, al
justo término medio que el estagirita establecía siempre con respecto a uno
mismo en la Ética a Nicómaco (el valiente
lo es en tanto que tal virtud queda establecida entre dos extremos que son
representados bajo un mismo respecto, esto es, bajo la consideración de una
misma persona; el valiente no lo es sino en relación proporcional a los
extremos de la temeridad y la cobardía: tal relación es valedera para un solo
hombre, y cada cual habrá de buscar, precisamente y para cada virtud, su justo medio).
Muchos superhéroes (Batman,
Superman, Daredevil, Wolverine, Spiderman, etc.) se han convertido en
verdaderas instituciones culturales. Ya es hora de que sus historias (las
que huelen a tinta y papel) empiecen a tenerse en cuenta no sólo en entornos
más o menos freaks o más o menos
restringidos: los cómics que cuentan los avatares de estos personajes han de
ser tomados en consideración por la sociología, la psicología y la filosofía.
¿Cómo seres que anteponen la necesidad ajena a la propia bajo cualquier
circunstancia no han de llamar nuestra atención? A pesar de todo, ocurra lo que
ocurra, los superhéroes siempre están ahí, y aunque en
diversas ocasiones muchos de ellos se pregunten por qué hacen lo que hacen
(puesto que el poder, como hemos dicho, no supone heroicidad), diremos
que son sus acciones las que sellan definitivamente sus decisiones (y
no los meros pensamientos) a la hora de responder a aquel abismático porqué: la
pregunta sobre sí mismos no frena el destino al que se sienten llamados, y
actuar de otra manera, entienden, sería tracionar su auténtico ser.
Aunque tampoco los meros logros, las acciones aisladas de algún ser con
poderes pueden ser consideradas heroicas: aquéllas deben funcionar como la
efectiva materialización de alguna noble cualidad, o digamos, virtud. Así, en
resumen, podemos decir que la categoría de superhéroe alude
indiscutiblemente a la moralidad, a una moralidad contemporánea que quizás se
haya perdido: es una instancia moral.
El yo del superhéroe ha dejado de
servir a sus propios intereses y se decanta por aprovechar sus características
sobrenaturales para ayudar a los que no son sus semejantes. Tal conflicto lo
observamos muy bien en los X-Meno en Superman: ya sean mutantes o extraterrestres, tanto
aquéllos como éste se sienten distintos a los demás. Desde luego que lo son,
pero deciden poner al servicio de la humanidad -y no lo olvidemos, de lo que
ésta tiene por justo y bueno- todos sus poderes. Su actitud se halla moralmente
cargada en tanto que deciden hacer, sin
más. El mundo real, el mundo fáctico, obliga a elegir -recordando a Sartre-, y
el superhéroe no es menos. Si la fama y el éxito de los superhéroes sigue
vigente es porque sus hazañas hablan de nuestra propia naturaleza, de lo que,
sin superpoderes, nos vemos empujados a hacer: escoger entre lo que
consideramos bueno y malo. El concepto de superhéroe encierra
normatividad; no sólo nos muestra el mundo tal como es, sino que a
partir de sus acciones deja ver un plano muy distinto: el de lo que debería ser. Y es que no debería
parecernos en absoluto desatinada la sospecha de que en la academia de
Charles Xavier estudiaran la Crítica de la razón práctica de
Kant…
Ahora veamos, como se vende un heroico
candidato capaz de salvar la crisis eterna y decadente que viene soportando la
Sociedad.
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