La Magia de Poder Cambiar.

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Anclajes Mentales para el Buen Humor Productivo

Hábitos y Anclajes

Un Blog para recorrer FRASES o CONCEPTOS como en LA ACADEMIA y poder pensar o discutir como en el LICEO!
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jueves, 28 de junio de 2012

EMPATES: La teoría del Péndulo.

EMPATES

Los ciclos pendulares comprenden: Una vez a la derecha, una vez a la izquierda, pero en ese movimiento, por dos veces, el péndulo siempre pasa por el centro.

HOY SENTAMOS A FEINMANN EN EL TABLON DE LA TRIBUNA

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LOS PAREDONES DE TODA CANCHA, TIENEN SU LENGUAJE.

Graffiti

Por José Pablo Feinmann

Hay un graffiti en diversas paredes de la ciudad. Un graffiti es una leyenda popular que se escribe en los muros y expresa, habitualmente, el humor social, o una parte de él. Una tendencia social y política y –con frecuencia– su respuesta, la de otra tendencia que se contrapone a la primera o se diferencia de ella. Una sociedad democrática se caracteriza por la variedad de sus graffiti. Una sociedad autoritaria tiene los graffiti del Estado, que tienden al monumentalismo, al expresionismo kitsch, al desborde, ya que el Estado –al tener mucho tiempo y seguridad para pintar sus graffiti– tiende a desbocarse en esa tarea. El graffiti de las sociedades plurales es más perecedero, más veloz, instantáneo. No es monumentalista. No se escribe “para siempre”, sino para expresar una coyuntura.

El graffiti del Estado autoritario no sólo tiende al monumentalismo, sino a la unicidad. No tiene alternativas. No hay graffiti que se le oponga, que lo niegue o que se le diferencie. Entre nosotros, lo primero que hicieron los militares del ‘76 fue blanquear con cal todas las pintadas. La ciudad quedó limpia. Esa limpieza era el silencio, que, en esa Argentina, era salud. Sólo fueron dibujados, con prolijidad, los graffiti del poder dictatorial. Algunos, muchos, animados de un enorme cinismo: “Ganar la paz”. O uno que gustaba a Massera: “El amor vence”.
El graffiti de estos días, el graffiti al que me refiero dice: “Si gana alguien, me voy del país”. Señala la cuestión de las próximas elecciones que aguardan al país. El graffiti expresa el desencanto de la sociedad civil. Puede ser leído de un par de maneras posibles. “Alguien” puede ser sustantivado y en tal caso “Alguien” sería un candidato, el único abominado por el graffiti. De esta forma, el graffiti se habría escrito contra “Alguien”. Sólo si gana “Alguien” me voy del país. Si gana “otro” me quedo. Pero no. El “alguien” del graffiti debe leerse como “cualquiera”. Si gana “cualquiera” me voy del país. “Cualquiera” se refiere a cualquiera de los integrantes de la clase política que se presentará a elecciones. “Cualquiera” es “cualquiera de ellos”. “Cualquiera de ellos” es “todos ellos”. El graffiti entonces expresaría lo siguiente: “Si gana cualquiera de todos ellos me voy del país”. Expresado de esta manera el graffiti dice: “O ellos o yo”. Dice: “No voy a vivir en un país gobernado por cualquiera de ellos, por cualquiera de todos ellos”. “Si todos ellos ganan, yo me voy”. ¿Cuál sería la alternativa? ¿Qué hecho posibilitaría que uno no se fuera del país? Que no gane ninguno de “todos ellos”. ¿Qué aseguraría este hecho? Que ninguno de todos ellos se presente a elecciones. ¿Qué sería necesario para esto? Que se vayan todos. En resumen, el graffiti “Si gana alguien me voy del país” es una variación del “Que se vayan todos”. Porque si “alguno de ellos gana” es que no se han ido, entonces me voy yo. Y esta “ida” es una derrota, es la confesión de la derrota del “que se vayan todos”.
Digámoslo: el graffiti “Si gana alguien me voy del país” expresa, si no la derrota, el desaliento del “Que se vayan todos”. Esa consigna, que surge luego de las jornadas de lucha del 19 y 20 de diciembre del año pasado, expresaba muchas cosas. Acaso no tan extremas como lo parecía en una primera lectura. No era la propuesta de un Congreso Nacional súbitamente deshabitado, vacío. No era la propuesta de una renuncia y retirada en totalidad de la clase política. Era, en lo esencial, el reclamo de una nueva forma de hacer política, de una nueva dirigencia. Tampoco “nuevos” dirigentes, ya que no todos los dirigentes tenían por qué ser nuevos, pero sí deberían comprometerse con una nueva modalidad de la política, alejada de la corrupción, del aparatismo, del clientelismo y del sometimiento al poder económico. A casi un año de las jornadas de diciembre (triunfantes pero dolorosas y sangrientas a causa de la retirada a sangre y fuego del “manso” De la Rúa), el “Que se vayan todos” se ahoga, se sofoca en medio del viejo show de la vieja política. No sólo no se han ido todos, sino que han aparecido nuevos, viejos, abominables monstruos del pasado, del peor pasado, de un pasado que se creía instalado en esa temporalidad, la del atrás, la de lo muerto, la de lo superado por la historia. No ha sido así. No sólo no se han ido todos, sino que –por si fuera poco– reapareció Menem. Y junta gente, y tiene aparato, tiene medios de comunicación, tiene poderosos comunicadores sociales, tiene otarios o inmensos avivados que dicen que él sí tiene un plan sustentable, y hasta otros que dicen la célebre zoncera “Si Carlitos nos metió en esto, él nos va a sacar”. Frase de increíble torpeza, dado que “si Carlitos nos metió en esto” nada más sensato que mantenerlo alejado de toda relación con el poder, de toda relación que le permita seguir metiéndonos “en esto”. Si nos metió en esto, es porque no sabe ni quiere sacarnos. “Esto” es él.
La dura realidad es la siguiente: los movimientos del “Que se vayan todos” han ido perdiendo dinamismo, iniciativa política. Con lo cual se ha debilitado la esperanza de un nuevo rostro para la política. Al calor de este debilitamiento “volvieron todos”. Como si nada hubiera pasado. Se entregan con todo desparpajo a las formas más viejas y aberrantes de la política criolla. Con lo cual no logran la adhesión del electorado, sino su repulsa. Habrán conseguido no ser reemplazados, habrán conseguido no cambiar (hecho que los aterra), pero no han conseguido nada más allá de la adhesión de sus aparatos. Algunos casos son particularmente pintorescos. “El Adolfo”, por ejemplo, reflota la vieja megalomanía del viejo Perón. El peronismo es aditivo, todo es cuestión de sumar para llegar al poder y ahí se verá. Rodríguez Saá también cree –como Perón– poder “conducir el desorden”. También cree, cuando se forman dos bandos peronistas (y a él se le van a formar demasiados), hacer el “Padre eterno”, no embanderarse con ninguno (ya que entraría en la “conducción táctica y no en la estratégica”) y resolver todo conflicto posible. Sólo así es imaginable que se mencionen candidaturas de izquierda para la vicepresidencia en un partido que lo tiene a Aldo Rico como gran figura. Juntos, un defensor de los derechos humanos y un militante empecinado de la “guerra sucia” que, alguna vez, ha dicho: “Hay que hacer hablar al prisionero de alguna forma. La guerra antisubversiva es una guerra especial. No hay ética. El tema es si yo permito que el guerrillero se ampare en los derechos constitucionales u obtengo rápida información para evitar un daño mayor” (Pilar Calveiro, Poder y desaparición, Editorial Colihue, pàgina 36). ¿Qué clase de ética política podría amparar en un mismo partido a esos dos personajes? Uno de los dos, entrando en ese juego, dejará necesariamente de ser lo que es. Y no será Rico.
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En suma, están todos, no se fue nadie, reapareció Menem y se preparan, todos, para la gran fiesta electoral, la que más les gusta, la que mejor manejan, la que les ha asegurado su dilatada permanencia. Así, nada más coherente que este pasaje del “Que se vayan todos” al “Si gana alguien me voy del país”. O sea, renuncio, abandono, les dejo el campo libre, que hagan con el país lo que quieran, como siempre lo han hecho. Sin embargo, la oposición sigue siendo posible. Para oponerse, no hay que irse. Hay que buscar a los que se fueron, a los que, sí, definitivamente se fueron de la vieja política, y encarar con ellos el horizonte de la nueva. Son pocos, pero nunca fueron muchos los que abrieron el horizonte.

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La clase media argentina se banca los resultados, pero…

Y SI SE ESTÀ PREGUNTANDO QUIEN SE “BANCA” LOS TORNEOS Y LOS TROFEOS?

Quien se banca un torneo con empates, sin ganadores?

ARGENTINA “YO TE BANCO”

Yo te banco

Por José Pablo Feinmann

Los banqueros de la Argentina son subversivos. Jamás el sistema capitalista ha sido agredido en este país como lo ha sido desde el mes de diciembre de 2001. Eso que (algo infantilmente) se llama “el corralito” es la más despiadada agresión al principio básico que anima al capitalismo: la inviolabilidad de la propiedad privada. Bastará consultar algunos luminosos parágrafos de la Filosofía del derecho de Hegel para advertir que el homo capitalista encuentra en la propiedad privada la forma objetiva de su libertad, es decir, apropiándose del objeto le otorga a su libertad subjetiva una objetividad que es jurídicamente inviolable.

(Que el homo capitalista acabe por volverse, él también, una cosa en su afán de apropiarse de cosas y objetivar su libertad, es otro tema. Un tema sobre el que el capitalismo no se ha interesado jamás, ya que lo que al capitalismo le interesa son las cosas, entendidas como mercancías y las mercancías entendidas como propiedad de los sujetos económicos, quienes, al poseerlas, se transforman en propietarios privados. O sea, en hombres capitalistas.) De este modo, un sistema que descansa en la posesión de las cosas por parte de los hombres y en la santificación jurídica de esa posesión mal puede violar esta relación de hierro. La juridicidad capitalista legisla para que la apropiación capitalista sea inviolable, pues legisla para los capitalistas, para los propietarios, para los poseedores, y eso, sin más, es el capitalismo: un sistema de poseedores y no poseedores cuya juridicidad está al servicio del derecho de los poseedores a poseer lo que poseen, o sea, precisamente a ser lo que son: poseedores. Lo que el poseedor posee es su propiedad, su propiedad privada, y un sistema que se funda en la legitimidad de esa apropiación debe declarar a esa propiedad inviolable. Así, el concepto de “inviolabilidad de la propiedad privada” es el concepto central de la juridicidad capitalista.
Los banqueros argentinos (digamos esto en su descargo) no han sido los primeros en vulnerar ese concepto, aunque nadie anteriormente lo ha logrado tan eficazmente como ellos, salvo Lenin en Rusia, Mao en China y Castro en Cuba, gente no capitalista si la hay. Pero, en la Argentina, hubo dos notorios intentos: Mariano Moreno en su Plan de Operaciones propone la “confiscación de las fortunas” desde el jacobinismo revolucionario y el primer peronismo –en el artículo 38 de la Constitución de 1949– propone la “función social de la propiedad privada”: “La propiedad no es inviolable ni siquiera intocable, sino simplemente respetable a condición de que sea útil no solamente al propietario sino a la colectividad” (Arturo Enrique Sampay, padre teórico de esa Constitución que, desde luego, los “libertadores” del ‘55 derogaron de inmediato y luego los peronistas neoliberales olvidaron por completo). En suma, quienes antecedieron a los confiscadores capitalistas de hoy fueron Moreno y Perón. Uno, un furioso jacobino que se inspiraba en Robespierre. El otro, un estatista, dirigista y populista escasamente amigo de los Estados Unidos. ¿Son jacobinos nuestros banqueros? ¿Son estatistas, dirigistas, enemigos de los Estados Unidos y del capitalismo? Todo parecería indicar que sí. Aunque se puede interpretar otra cosa.
Veamos. El pragmatismo capitalista jamás ha llegado tan lejos como hoy, aquí, en la Argentina. El principio elemental del capitalismo ha sido violado, ultrajado violentamente en busca de la estabilidad de los bancos. Un banco es la esencia del capitalismo. No hay capitalismo sin seguridad bancaria. Incluso esos insidiosos, incómodos teóricos marxistas que tienen la habitualidad de abominar del capitalismo han abominado, con total coherencia y siempre, de los bancos. Ahí está esa frase de Bertolt Brecht (que cita Ricardo Piglia como acápite de Plata quemada): “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo”? Brecht dice una verdad contundente: elsistema capitalista, que se basa en la expoliación, se estructura en bancos, los bancos expresan el poder de los banqueros, son el símbolo de la expoliación de un sistema expoliador, ¿cómo, entonces, habría de ser más ladrón el que roba un banco que el banco mismo?
Así las cosas, el lenguaje se fue impregnando de esta situación fundacional del capitalismo. Un banco es el lugar donde el homo capitalista deposita su dinero, que es la expresión monetaria de la propiedad privada. Lo que el homo capitalista deposita en el banco es, sin más, su propiedad privada, que es inviolable. Ergo, si el banco es el lugar en que la inviolable propiedad privada se deposita, el banco se convierte en custodio de lo inviolable. Nada, entonces, puede haber más seguro que un banco. Sin bancos seguros, no hay capitalismo. Esto, decía, se extiende al lenguaje. Se dice: “Es seguro como un banco”. Se dice: “Fulano duerme tranquilo. Tiene su plata en el banco”. Dice, por fin, un viejo comercial de este país: “Si me mandan al banco voy contento”. Pero, en el nivel del habla popular, la ecuación banco=seguridad, confianza y solidez ha cristalizado en una frase que, conjeturo, surge entre nosotros a comienzos de la década del ochenta: “Yo te banco”. Que significa: “Yo te apoyo. Yo te respaldo. Contá conmigo. Estoy de tu lado”.
Bien, no más. Los banqueros confiscadores de la Argentina, los banqueros anticapitalistas, han tornado obsoleta esa expresión. Si hoy, alguien, a un amigo le dice: “Yo te banco”, el amigo se echa a reír o a llorar o huye despavorido. Ocurre que “yo te banco” ha trasladado su sentido, ha dejado de decir lo que decía y dice otra cosa. Hoy, “yo te banco” significa “yo te confisco” o “yo me quedo con tus ahorros” o “yo te meto en el corralito”. Pero, si me permiten, “yo te banco”, hoy, para todos los que han sido expropiados por los banqueros, significa: “Yo te cago”. No hay palabras buenas ni hay palabras malas, hay palabras apropiadas o inapropiadas. En el caso que nos ocupa el verbo “cagar” ha venido a sustituir (en el ámbito emocional del ahorrista argentino que confiaba en los bancos del capitalismo) al verbo “bancar”. Desde este punto de vista, el verbo “cagar”, en tanto expresa un estado de ánimo colectivo, es impecablemente justo, apropiado. ¿Cómo, entonces, no indagar en el nuevo sentido de varias frases que la habitualidad lingüística había cristalizado y que lo perentorio del tiempo histórico trastoca cotidianamente? Hay que cuidarse, ya que si cada día que pasa “bancar” significa, sin vacilación alguna, “cagar”, ¿cómo decirle a alguien “bancame un momentito”?
Son muchas las frases que deberemos modificar o no decir o decir con enorme prudencia. Habrán observado que los actores que reciben premios (sobre todo los que reciben el Martín Fierro) siempre lo dedican a sus mujeres, y siempre dicen: “A mi mujer, que me banca”. No más. También se dice: “Necesito alguien que me banque”. Se acabó. O se dice: “Es un buen tipo, hay que bancarlo”, frase que notoriamente hoy significa otra cosa, acaso más real. Se dice: “A Bati lo banca Bielsa”. Se dice: “No te preocupés, alguien te va a bancar”. Se dice: “Un amigo está para bancarte”. Se dice: “A mí mujer la banco yo, viejo”. Se dice: “Yo quiero vivir en un país que me banque” (es éste). Se dice: “A Menem, la gente no lo banca más”. Y podríamos seguir interminablemente. Pero eso sería demorar la gran frase, la verdadera frase en que se expresa el nuevo significado del verbo “bancar”, su significado más profundo, más abarcador, que es el que dice, el que poderosa y sencillamente dice que a este país, desde hace mucho tiempo, desde Martínez de Hoz hasta Cavallo y López Murphy, lo vienen bancando, alevosamente bancando... los banqueros.

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