Invierno, de tarde, sin embargo un corto paseo por los alrededores sirve de oasis para retemplar el espíritu. En el valle, en la chacra de Rubén y Nieves, los cinco sentidos parecen cobrar otra vida. Plena de madera de viejos sauces llorones, pelados de sus hojas por ahora, que se mezclan con el álamo y los pinos, el ligustro y la gramilla, y el tamarisco tan añejo como leñoso. Ovejas y sus corderos ya nacidos en pleno invierno de la Patagonia, las vacas y los terneros que tampoco hacen caso del almanaque, las avutardas que descansan para seguir, los chimangos, las torcazas, los chingolos y uno que otro tero. Mansos los conejos silvestres, comparten espacio con los otros que supieron ser, de criadero, con las gallinas de la casa, y el perro que un rato juega otro trabaja. Uno que otro hornero y la calandria, como la liebre europea, que no se acercan al potrero chico de la bomba de agua, la casa y los corrales. Es fin de semana, pero como siempre, puntuales, antes que caiga el sol, entre alambrado y corrales de madera y fardos, se reúnen todos “chichara cheros” y “conversadores” a esperar la comida que nunca falta, porque los feriados y los francos, no son palabras en el diccionario del chacarero.
UN OASIS CONSTRUIDO DIA A DIA
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